Estrenado en la Competencia Oficial de la última edición de Cannes y premiado en festivales como los de Mar del Plata, Biarritz y Lima, este segundo largometraje de ficción del realizador de Sonidos vecinos resulta una propuesta brillante y demoledora que se ubicó entre lo mejor visto en 2016 y que arranca de notable manera la temporada 2017 en la cartelera comercial argentina. La mítica Sonia Braga construye una actuación prodigiosa para una película de fuertes connotaciones políticas, pero que nunca deja de lado el costado humano (e íntimo) de la historia.
Tras su magistral ópera prima Sonidos vecinos (antes había hecho el documental Crítico), Mendonça Filho ratifica que se trata de uno de los directores más inteligentes y provocadores del panorama brasileño actual con una demostración de cómo hacer cine político hoy sin bajadas de línea explícitas ni denuncias recargadas.
El film narra la histora de Clara (descomunal trabajo de Sonia Braga), una mujer de 65 años, ya viuda y con un pasado como prestigiosa crítica musical (la música juega un papel fundamental en todo el relato). Ella vive sola en un viejo edificio de los años '40 en la costanera de Recife llamado Aquarius con sus miles de discos de vinilo y sus recuerdos. Pero una corporación inmobiliaria ha comprado el resto de los departamentos y le ofrece mucho dinero para que lo abandone y, claro, construir allí (con privilegiada vista al mar) un moderno emprendimiento. Cuando ella se niegue, iniciarán todo tipo de presiones y hostigamientos (legales y de los otros).
La película -una suerte de ampliación y profundización de varios conflctos trabajados en su film anterior- se centra en lo íntimo (con la llegada de la vejez), en lo familiar (la relación afectiva con uno de sus sobrinos, distante con su hija, que la usa para que cuide al nieto y -otra obsesión brasileña- de fidelidad absoluta con su empleada doméstica) y finalmente en lo social, con las diferencias de clase y los abusos y miserias de los poderosos.
Un dato no menor del film es que Clara ha luchado durante varias décadas contra el cáncer (incluso se ve que ha perdido una mama y ha decidido no ponerse una prótesis), pero cuando todo parece servido para el golpe bajo la cuestión ayuda para un impactante, sobrecogedor desenlace (la última parte se titula, precisamente, “El cáncer de Clara”).
Los 140 minutos de Aquarius se justifican. Hay muy pocos momentos superfluos o caprichosos. La narración abarca muchos conflictos y personajes, pero nunca pierde el eje, el interés ni la cohesión. La inteligencia del guionista/director; y la ductilidad asombrosa de Sonia Braga, vulnerable y arrasadora a la vez, hacen de esta una de las mejores películas latinoamericanas de los últimos tiempos.