La película brasileña protagonizada por una extraordinaria Sonia Braga –que se convirtió en motivo de controversia tras su paso por el Festival de Cannes y fue relegada por su país a la hora del Oscar– narra la historia de una mujer de Recife que se resiste a dejar su departamento frente a las presiones cada vez más fuertes de una empresa constructora.
La ciudad de Recife y, más específicamente, el desarrollo edilicio de la capital pernambucana, es el micromundo en el que Kleber Mendonça Filho se basa para crear su universo de significados. Como en su opera prima, SONIDOS VECINOS, su filme AQUARIUS trabaja sobre algunas características similares, al punto que por una situación específica que tiene lugar promediando el filme hasta bien habría podido tener su mismo título. La historia, en este caso, es menos coral y tiene como protagonista a una mujer, Clara (Bárbara Colen de joven y luego Sonia Braga en una labor monumental), que ha superado un cáncer en su juventud y a quien, al principio (es 1980), la vemos festejando el cumpleaños 70 de una tía que vive en un departamento de un edificio llamado Aquarius. El tiempo pasa y ahora Clara ya es viuda, ronda los sesenta y pico, y es la que vive en ese mismo departamento. Pero la situación se complica ya que una empresa constructora ha comprado el edificio y quiere sacarla de allí… como sea.
La situación aparenta ser sencilla: todos los demás vecinos se han ido y ella es la única que se resiste, pero no por capricho sino porque su historia familiar está ligada a ese departamento que ama y porque, en un punto, no quiere ceder a una idea urbana (allí construirán un edificio torre de lujo) en la que no cree. Le ofrecen mucho dinero, pero no acepta. Convencen a sus hijos de que lo mejor es irse, pero no hay caso. Es por eso que la empresa decide ir por todo de una manera casi de película de terror: empiezan a armar fiestas en el edificio al que dejan todo sucio, muchas cosas dejan de funcionar, aparece gente inesperadamente y el ambiente se va transformando en algo cada vez más peligroso. Si no se va por las buenas, parece, la compañía está decidida a sacarla de ahí como sea.
Pero AQUARIUS, como buen micromundo que es, no solo tiene entre ceja y ceja contar una batalla ética por un departamento o un edificio, ya que eso la transformaría en algo mecánico, casi de película de denuncia previsible. El filme es también una biografía de Clara, una crítica musical (su casa está repleta de libros y vinilos), mujer inteligente, segura, educada e independiente aunque un tanto solitaria. Y es, claramente, una reflexión sobre un país que –no hace falta más que mirar las noticias– está siendo carcomido por dentro de una manera muy similar a la que sucede en ese edificio. La batalla de AQUARIUS es cultural, además de económica. La misma o similar batalla que atraviesa hoy el país.
Para que todo eso tenga un centro humano creíble y poderoso, Kleber creó un personaje como Clara, con sus amantes, sus porros, sus discos de Queen y de MPB, sus problemas con sus hijos y un pasado que, cada tanto, la atormenta en medio de la noche. Pero a esos miedos les hace frente con la decisión de no dejarse pisar ni por su condición de mujer, ni por su edad ni, mucho menos, por el dinero de la gran constructora que se le viene encima. Casi una defensa de una burguesía cultivada de la vieja escuela que hoy se enfrenta a una generación empresaria educada en universidades norteamericanas y dispuesta “a ir por todo”, y de una ciudad y un país de tradiciones urbanas y sociales nobles e integradoras frente a un sector que intenta transformarlo en uno dividido en barrios cerrados enfrentados a una periferia marginal, AQUARIUS es un filme humano, sensible y político. De esos que no se encuentran muy a menudo.