Desorden y progreso
Kleber Mendonça Filho apuesta a la performance de una soberbia Sonia Braga tal vez para saldar alguna deuda con la melancolía progre desde el punto de vista emocional y deslizar ciertos apuntes de tipo social para retratar de manera progresiva el ascenso de los nuevos ricos en Brasil y la paulatina pérdida de valores en la clase media. Todo ese torbellino de ideas encuentra en una estructura audaz el aire necesario para no quedar viciada de clichés.
Clara (Sonia Braga) es la temperamental protagonista de este relato melanco-musical que abarca a modo de capítulos los hitos de sus últimas décadas donde logró torcerle el brazo al cáncer mamario y conservar la dignidad en cuanto a su espíritu combativo con un sistema que hace del progreso una bandera sin importar los costos de reducir a escombros todo vestigio del pasado. Alrededor de Clara desfilarán un puñado de personajes, que más allá de la importancia de cada uno en cuanto al desarrollo de la historia y los conflictos, no superan la barrera del secundario.
En ese sentido al volcarse todo el material disponible en Sonia Braga cobra relevancia no sólo la gestualidad sino el cuerpo. Lejos de tratarse de un templo sagrado, al igual que el edificio donde la protagonista acciona sus mecanismos de resistencia para evitar la demolición como parte de iniciativas inmobiliarias, las grietas y el paso del tiempo corroen tanto los cimientos como la piel mutilada o el alma corrompida.
Aquarius entonces permite ser abordada desde la alegoría para acercarse a la dialéctica histórica que se explica -no sobreexplica- con sutileza y siempre a través del punto de vista de la heroína en sus charlas con amigos, hijos, vecinos y esos enemigos de siempre que a pesar de los cambios sociales, las crisis, surgen y se multiplican como las ratas en un balneario de Recife aunque sea en la parte rica de un Brasil donde parece que la nostalgia no tiene fin.