Mucha agua ha corrido bajo el puente a la hora de retratar la miseria y la marginalidad en Latinoamérica, un debate en torno a imágenes y representación que sigue vigente. Frente al discurso prevaleciente que elige la fuerza discursiva de tono político, los directores de Arábia eligen una puesta en escena cuyo tono aletargado, moroso, se presenta como una alternativa diferente.
Hay algo así como un marco en la película que abre una dimensión social desde lo privado. Un obrero llamado Cristiano, de frondoso prontuario, tiene un accidente en una fábrica de un barrio industrial de Ouro Preto, Minas Gerais. Una enfermera voluntaria le pide a uno de sus protegidos que busque documentos y ropa en la casa del joven convaleciente, hecho que lo ponen en contacto con unos cuadernos donde Cristiano cuenta su vida. Entonces accedemos a las imágenes que derivan de ese diario, un ejercicio de taller teatral. Al principio, la escritura niega su mismo acto de enunciación debido a las dudas que manifiesta el propio Cristiano, amparado en su falta de instrucción (como si se tratara de un personaje picaresco al estilo de Lázarillo de Tormes, que debe responder ante una autoridad), hecho que pronto se disipará porque si hay algo claro en la película es que la única fuente posible de historias es la experiencia callejera, los viajes y sus consecuencias, independientemente del status social. Claro está, si la materia es un diario íntimo, debe existir ese lector que lo descubra y se sienta fascinado, como ocurre en este caso. El haber aludido al accidente del protagonista al comienzo es solo una estrategia narrativa que abrirá un mapa de preguntas provisorias ya que el encanto del relato nos hará olvidar momentáneamente la cuestión. Desde esta perspectiva, las imágenes ofician como un encantamiento similar al mismo acto de lectura que se realiza de la escritura.
Pero hay otras implicancias porque, a partir de este marco, el relato construido desde lo privado será una vía simbólica y política que funciona como alegoría del desarrollo económico de la región en desmedro de las relaciones laborales, fundada en la explotación de los grandes granjeros. La diferencia es que dichas tensiones son mostradas desde una óptica alternativa donde una mirada intimista desplaza el foco de conflicto (no por desinterés, sino porque no hay nada que hacer al respecto, un gesto de absoluta resignación) y se concentra en el itinerario del protagonista por diversos lugares, retratando fundamentalmente rituales de supervivencia y evitando la épica característica en esta clase de filmes. De allí la morosidad de su tono contemplativo, de planos fijos que contrastan con la dinámica de la dialéctica de la lucha de clases. Allí, donde se supone deberíamos asistir a una confrontación discursiva propia de un campo de tensión ideológica, encontramos una puesta en escena que muestra lo contrario y que, en todo caso, repara en valores de camaradería (la música) y solidaridad (en un mundo de restos vinculares). Claro está, la fugaz felicidad convive con otros momentos de inevitable violencia. Mientras tanto, todos tienen derecho a una voz, a un relato.
Por Guillermo Colantonio
@guillermocolant