Por dos motivos fundamentales vale celebrar el anuncio de estreno porteño de Arabia, largometraje de João Dumans y Affonso Uchôa que participó de la competencia internacional del BAFICI de 2017, donde cosechó una mención especial. El primero: son escasas las películas brasileñas que llegan a nuestra cartelera comercial (¿El proceso de Maria Augusta Ramos habrá sido la más reciente?). El segundo: son numerosas las virtudes de esta ficción que empezó a gestarse en 2014, y cuyo corte final circuló por otros 35 festivales de cine antes de exhibirse en salas de su país de origen, en abril de 2018.
Arabia recrea los recuerdos y reflexiones que un jornalero, changarín, operario treintañero escribió en un cuaderno. A partir de este personaje de nombre Cristiano, Duans y Uchôa visibilizan la existencia de los desposeídos de Brasil en particular y de América Latina en general.
La realidad sociopolítica de nuestro país vecino cambió de modo drástico entre la gestación y el estreno nacional del largometraje. Uchôa lo describió de la siguiente manera en el marco de la entrevista que le concedió a Alessandra Alves de Cinema em Cena:
“Cuando iniciamos el proyecto (N de la R: durante el primer mandato de Dilma Roussef), queríamos que la historia de Cristiano surgiese como algo oscuro, que fue dejado de lado ante la euforia por el crecimiento económico. Era una forma de recordar que no todo el mundo venció, que el ‘Todos ganan’ nunca fue real, que había gente que seguía perdiendo.
Sé que Brasil enseña constantemente que la realidad es mucho más absurda y mucho más rápida de lo que el cine u otro arte puede suponer. Si estábamos pensando en mostrar el lado oscuro de aquel momento, hoy ya no se trata de un lado oscuro. Cuando sucede el golpe de 2016 y la fuerza liberal toma el poder, ya no es cuestión de recordar el lado oscuro de un momento que era optimista. Ahora la oscuridad debe ser compartida”.
A partir de una atinada combinación de cine, literatura y música, Arabia echa luz sobre esa oscuridad que se revela total o parcial según el contexto. Los realizadores articulan con destreza la fotografía de Leonardo Feliciano con la lectura en off de pasajes del cuaderno mencionado, y con una preciosa banda sonora compuesta por canciones brasileñas y –acaso porque ésta es una road movie cuyo protagonista tiene bastante de lone ranger– por melodías del folk estadounidense.
Al principio de la película, el plano acordado a una mesa de luz donde descansa un libro de Julio Cortázar parece anunciar la decisión narrativa de encastrar dos relatos, al estilo de Continuidad de los parques o de Axolotl: aquél del adolescente Andrés que descubre el cuaderno mencionado; y la suerte de autobiografía que escribió Cristiano. Entre uno y otro se cuela el chiste que da origen al título de la obra.
La conformación del elenco es otro acierto de Dumans y Uchôa. Sobresale el trabajo de Aristides de Sousa a cargo del rol principal.
Arabia es, sin dudas, un film político. Un personaje secundario nombra a Inácio Lula da Silva tan rápido como pasa el plano que muestra la portada del libro de Cortázar. Esa sola mención basta para explicitar la mirada crítica que los realizadores despliegan sobre el desamparo que los Cristiano(s) sufren aún en los contextos menos adversos.
La solidaridad, la amistad, el amor también hacen a este fresco del Brasil contemporáneo. El reconocimiento de esta red de contención emocional amortigua un poco la amargura derivada de cierta reflexión sobre la alienación en tanto destino inexorable. Sin embargo, al término del film, algunos espectadores experimentamos una tristeza inmensa.