Morir de pena.
Una hermosa canción que acompaña a un adolescente paseando en bicicleta presenta los créditos de Arábia. El joven se llama André y tiene a cargo a su hermano pequeño, dado que sus padres no se encuentran en casa, siempre supervisados por la tía Márcia, la enfermera de un pueblito del Brasil profundo sustentado por una fábrica que produce aluminio.
De repente ocurre un accidente con uno de los obreros de la fábrica, por lo que la tía le da la llave de la casa a André, para que le vaya a buscar una muda de ropa para el hospital. Mientras este busca el atuendo, descubre en la mesa un cuaderno escrito. La curiosidad lo vence y se pone a leer esas palabras que se suceden como agua brotando de un manantial.
Este será el punto de partida para que nos transportemos a las vivencias de Cristiano, un sobreviviente, un trabajador vapuleado por su propio contexto. A modo de diario íntimo y con una triste voz en off, conoceremos la lucha incansable de este hombre quien hace lo imposible por superarse.
Removiendo graba en una obra en la carretera, reparando un burdel que se cae a pedazos, cargando mercadería en camiones, trabajando en la industria textil, hasta llegar a la fábrica de aluminio. Estas son algunas de las tantas labores que conoceremos de Cristiano, quien en el durante hará catarsis cantado melodías con sus amigos y también se enamorará.
Arábia comienza morosa, pero a medida a que avanza va adquiriendo una dinámica notable. Queremos saber más de Cristiano, de su vida, de sus inquietudes…de su historia. Un lienzo con escenas cotidianas, que a pesar de dar cuenta de rasgos marginales, jamás cae en el melodrama. Más bien describe de un modo poético las fases emocionales que atraviesa el protagonista: soledad, impotencia, desilusión, melancolía.
Una película con vuelo lírico que nos muestra no solo la pobreza que rodea a Cristiano, también la de un alma en pena, derrotada, que se sume en un sueño del que no querrá despertar, ya que se siente más plena en la inconsciencia que en la misma realidad.