Director de “El Estudiante” (2011), la carrera del fenomenal Santiago Mitre ha ido creciendo notablemente a lo largo de la última década. Con “La Cordillera” (2015), se dio el gusto de llegar a Cannes y aquí vuelve a formar dupla con Ricardo Darín, para concretar un film honesto y necesario, acerca del juicio a las juntas militares responsables de la última dictadura en Argentina y condenados por tortura, secuestro, robo de niños, desaparición y crimen de miles de civiles. La épica de la gesta realizada llega la gran pantalla, en acto de memoria, verdad e identidad. “Argentina, 1985”, inspirada en la historia real y proyectada ante una ovación generalizada en el Festival de Venecia (obteniendo el Premio FIPRESCI), retoma, también, el tándem creativo de Mitre junto a Mariano Llinás en labores de guionista, quienes nos regalaran el exquisito film titulado “Pequeña Flor”. Llinás, realizador de “La Flor” (2018) e “Historias Extraordinarias” (2008) se inscribe, asimismo, como un cineasta clave de nuestro medio contemporáneo.
La historia, podemos convenir, se vive dos veces: cuando se vive y cuando se recuerda en la memoria. Este ejemplificador acto de cinematografía constituye un hito para la industria argentina, colocando el peso específico sobre un hecho insoslayable para nuestra trascendencia como nación. Un juzgado civil, reclutado por el equipo de fiscalía liderado por el abogado Julio Strassera, por primera vez, enjuicia a militares culpables de crímenes de lesa humanidad. Esto ocurre a diferencia de otros juicios semejantes, como el emblemático de Nuremberg, cuyo jurado fuera mixto. Un momento de vital quiebre, que coloca en perspectiva el rumbo de una nación exhibiendo ante los ojos del mundo su tejido social más dañado. Comprendemos el factor disruptivo de semejante proceso en pos de la justicia, punto de absoluto quiebre ético para el país. “Argentina, 1985”, magnífica recreación de época de la Buenos Aires de los ochenta mediante, es, a la vez, cine político, histórico y judicial.
Mitre, en absoluto dominio del lenguaje cinematográfico, se convierte en el cineasta argentino con mayor proyección internacional. “Argentina, 1985”, preseleccionada a los Premios Oscar 2022 y con producción de Amazon Studios, es un ejercicio de memoria que indaga en los miedos que amenazan a un ciudadano desprotegido ante el impune maniobrar de la turbia maquinaria del poder, en constante acecho de sabotear y amedrentar el juicio que otorgara merecida pena a los genocidas. Se viven tiempos de paranoia y amenaza, en los albores de la primavera alfonsinista. La impunidad ronda por las calles, doblando la esquina a bordo de ese automóvil nefasto. El film aborda, con suma pericia, las dificultades que, en tal sentido, confrontara Strassera y su fiel ladero, Luis Moreno Ocampo.
El discurso político de Mitre resulta un aspecto familiar en la identidad de su cine, validando aperturas, reflexiones y discusiones sobre una realidad que no nos deja ni ajenos ni indiferentes. “Argentina, 1985” se cuela en nuestras emociones. En intenso nivel dramático, matizado por oportunas fugas de carácter cómico que colaboran a distender tan tensa coyuntura, se nos hace partícipes de la vívida investigación, mientras el pasado se reconstruye mediante testimonios estremecedores. Las hojas del almanaque caen, una a una. Las fechas inscriptas nos indican, minuciosamente, el largo camino transitado en los palacios de tribunales.
El metraje avanza y el enorme Darín comienza a colocar el peso dramático sobre sus espaldas. Con notable gestualidad, se coloca bajo la piel y dentro del alma de una personalidad cabal a la hora de comprender los últimos cuarenta años de nuestra historia. El hombre y sus circunstancias, diría Ortega y Gasset. Las condiciones marcan la vida de una persona, para Strassera la procesión va por dentro. Darín hace un estudio milimétrico del personaje, su acercamiento es conmovedor. Podemos sentir la tensión. Acumula tics y movimientos obsesivos. Se acomoda el pelo, contiene la respiración. Nosotros también, con él. Equivoca un apellido, nos hace reír. Su equilibrio familiar trastabilla: protege a sus hijos, escucha el consejo de su compañera. Rápido de reflejos, suelta una ocurrencia y distiende el denso clima. Se zambulle en su máquina de escribir. Es un manojo de sensaciones. Ricardo es monumental.
La labor del autor es minuciosa. Precisa ambientación mediante, sabe resguardar con artesanal paciencia el clima que cada escena requiere. Consigue detenerse en aquellos convulsos años ’80 que los medios de comunicación reflejaban a través de hoy caducos aparatos de radio y TV, como si de una postal en el tiempo se tratara. Mitre otorga a la gama cromática fotográfica una identidad sumamente particular. Intercala registros que asemejan al documental captado por cámaras y cintas analógicas. Sencillamente encomiable, imágenes de archivo ficcionadas se intercalan con instancias del tenso juicio. La realidad se funde con la ficción. La experiencia en la sala a oscuras nos permitirá disfrutar de una clase de reproducción audiovisual. Las texturas se alternan, fusionan. La cámara, inquieta, persigue nuevas perspectivas, aprovechando al máximo las bondades del lenguaje.
Punto fundamental en la excelencia del film resulta el aporte de un elenco actoral cuyo arco evolutivo, a lo largo del extenso metraje, eleva el nivel de esta obra de obligatorio visionado a un escalafón de excelencia, destacando, de forma especial, las labores de reparto de los magníficos Norman Briski, Claudio Da Passano, Peter Lanzani, Carlos Portaluppi, Héctor Díaz y Alejandra Flechner. Es una sinfonía interpretativa que nos regala escenas de supremo talento y nos identifica como ciudadanos con aquella denodada lucha por la justicia. Con entidad, se analiza en “1985, Argentina” una temática que nos atraviesa como argentinos. Nos acercamos a la lectura del alegato final, pronunciado por el propio Strassera. Se pone en duda la famosa teoría de los dos demonios, se metaforiza acerca del séptimo círculo del infierno de Dante como un posible castigo. El inmenso Darín protagonizará una escena que, seguramente, quedará entre una de las más grandes de la historia de nuestro cine. A decir verdad, no es la única con destino de clásico. Norman Briski se encarga de que cada aparición en pantalla sea una clase actoral. Inolvidable.
Conmovedora hasta las lágrimas, se acumulan instantes de cumbre cinematográfica. Probablemente, estemos hablando de la película más importante para nuestra industria desde “La Historia Oficial” (1984, Luis Puenzo). La universalidad intrínseca en su mensaje y su recepción fuera del país nos dice mucho acerca de su pertenencia. Con la contundencia que el mejor actor de nuestro país sabe darle, Darín pronuncia dos palabras claves: nunca más. Igual, hay mucho trabajo por delante, dice Strassera. Una nueva esperanza flota en el aire y el film sabe captarlo. Suenan Charly y Los Abuelos de la Nada. Existen himnos que nos enseñan a llevar la libertad dentro de nuestro corazón. Somos testigos de un film histórico. Celebrémoslo. Por y para ellos que no están con nosotros. Presentes, hoy y siempre.