EL CINE POLÍTICO ARGENTINO QUE SUPIMOS CONSEGUIR
Con su abordaje (inspirado en hechos reales, como bien informa un título antes de que arranque el film) sobre el Juicio a las Juntas, ejecutado en parte judicial por el fiscal Julio César Strassera, Santiago Mitre enfrentaba varios desafíos. El primero, delinear una narración sobre el que posiblemente sea el evento emblemático y fundacional de nuestra joven democracia, que posee un sinfín de aristas virtuosas, además de unas cuantas figuras participantes, a la vez que constituye un episodio incómodo para diversas partes, por acción u omisión. El segundo, construir un imaginario audiovisual propio, que estuviera en condiciones de rivalizar -o mejor, quizás, complementarse o dialogar- con el que ya tiene el Juicio: al fin y al cabo, por ejemplo, el video del alegato de Strassera está a disposición de cualquiera en YouTube, con toda su carga política y emocional. Y el tercero, más particular, superar su propia frialdad como cineasta, esa que, a partir de películas entre frías y descreídas como son El estudiante y La Cordillera, lo han convertido en una especia de Christopher Nolan del cine político nacional, contrariamente a la épica que requería el relato.
Hay que decir que, en Argentina, 1985, Mitre (junto al relevante aporte en el guión de Mariano Llinás, que también se reconfigura un poco a sí mismo) cumple todos sus objetivos a medias, aprobando el examen, pero lejos de deslumbrar. En buena medida pasa el desafío porque resigna buena parte de su posicionamiento autoral, ese que lo había definido en sus películas previas, en favor de una narración definitivamente vinculada al clasicismo norteamericano. De ahí que no sea casualidad que aparezcan como productores nombres Axel Kuschevatzky, Victoria Alonso y hasta Michael Giacchino, que bien podrían allanar el camino del film rumbo al Oscar. Como bien decía Mex Faliero en una conversación que tuvimos durante el último Funcinema Radio, Mitre realiza una operación narrativa -e incluso estética- similar a la concretada por Steven Spielberg en The Post. Es decir, un relato que, para sustentar su discurso político -que dice cosas sobre el pasado histórico, pero también sobre el presente, y cómo el presente lee ese pasado-, no teme combinar diversas superficies genéricas, que van confluyendo a buen ritmo y siempre al servicio de lo que se cuenta.
Por eso Argentina, 1985 es, esencialmente un relato de profesionales debiendo encarar una tarea titánica, que los pone frente a una estructura de poder ciertamente atemorizante. Desde ese soporte es que va incorporando elementos del thriller político -con unos cuantos elementos paranoicos- y judicial, mientras a la vez se permite apelar a saludables dosis de comedia (tanto en el plano familiar como en el laboral) que eluden, por suerte, grados de solemnidad que podrían haber resultado contraproducentes. Pero hay una diferencia muy importante respecto al Spielberg de The Post, además de la experiencia y capacidad que carga el realizador norteamericano: si Spielberg, aún siendo un demócrata convencido, no tenía miedo de decir y mostrar cosas que podían ofender o incomodar al Partido Demócrata -por ejemplo, el rol negativo que jugó Kennedy en la Guerra de Vietnam-, a Mitre le cuesta una enormidad ir a fondo y adentrarse en los grises y oscuridades que rodearon al Juicio a las Juntas.
Es entonces que Mitre elige -quizás por una cuestión de economía de recursos, pero también de cierta comodidad- enfocarse específicamente en la tarea de Strassera y su equipo encabezado por Luis Moreno Ocampo, tomando algunas decisiones que parecen destinadas a armar un relato lo menos polémico posible. Por eso hay instancias para exculpar un poco al peronismo y mostrar algunas ambivalencias dentro del radicalismo, aunque eventualmente quede bien parado. Del mismo modo, no deja de ser llamativo cómo se muestra un apoyo de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo al Juicio que no fue tal, no al menos en sus etapas iniciales. Pareciera, en algunos pasajes, que Mitre no quisiera ofender a nadie, lo cual es obviamente imposible, porque incluso la neutralidad puede resultar una posición ofensiva para muchos. Si en unos cuantos pasajes, Argentina, 1985 consigue otorgarles cierta ambigüedad a sus protagonistas -Strassera no deja de ser un héroe a su pesar, alguien con miedo a fracasar pero que en un momento acepta su destino y pisa el acelerador a fondo-, no lo hace tanto con el paisaje que los rodea: los malos y buenos son fácilmente identificables, las revelaciones cambian las opiniones de los que dudan fácilmente, la sociedad se une sin grandes transiciones y, para las decisiones problemáticas, solo basta con una simple aclaración. En eso, la secuencia del testimonio de Ítalo Luder referido al decreto de aniquilación que firmó en 1975 o líneas de diálogo puntuales pero decisivas –“vamos a darles a los militares lo que no les dieron a sus víctimas: un juicio justo”-, es sumamente representativa de la tibieza casi estilo Billiken que maneja la película.
Se puede rescatar, nuevamente, la noción de profesionalismo que retrata la película, que aplica muy bien en la secuencia de montaje que explica cómo se fue pensando y armando el alegato final de Strassera. También que esa corrección política que despliega -paradójicamente, sobre un grupo de personas que en su momento hizo lo que era considerado políticamente incorrecto- obedece a la necesidad de poder conectar con un público argentino que hace rato que le cuesta aceptar una interpelación incómoda a su visión sobre la Historia. “Los ánimos están muy caldeados, rescatemos la noción de consenso que implicó el nacimiento de la democracia, en eso estamos de acuerdo todos”, pareciera decirnos la película, pero también Mitre y, con él, Llinás. Puede ser, pero eso no deja de ser falso: la democracia argentina -como muchas otras- se hizo rompiendo esquemas, con avances y retrocesos que el film está lejos de revelar y ni siquiera mira de reojo. Por eso también la épica está casi ausente en el relato, con la excepción de la secuencia del alegato final, que nos permite recordar que es una de las mejores piezas discursivas de la historia política mundial, no solo por su contenido, sino también por la circunstancia específica en que se enunció. Claro que ese momento audiovisual ya estaba disponible para nuestros ojos y oídos, sin necesidad de recrearlo. Argentina, 1985 es una muestra representativa del cine político argentino que supimos conseguir: uno efectivo y liviano, que no ofrece grandes interrogantes, que da todas las respuestas esperables y que, desde ahí, tiene poco para agregar a lo ya dicho.