Repasar la historia reciente, entretener, trabajar con un género poco desarrollado en el país y conmover, profundamente, desde la primera a la última escena, sólo algunas de las claves de la esperada Argentina, 1985, nuevo opus de Santiago Mitre.
En la ficción escrita por el propio Mitre, más Mariano Llinás, una dupla que potencia sus habilidades película tras película, hay espacio para la revisión, pero también para la construcción de una narración que cumple con la promesa del gran entretenimiento que ya se vislumbraba desde las primeras imágenes reveladas.
A diferencia de La historia oficial, que acentuó su mirada sobre la dictadura y sus consecuencias, con un tono más solemne, acorde al contexto en el que se estrenaba, acá el comenzar a hablar de la democracia, con uno de sus pilares, el Juicio a las Juntas Militares, se permite el guion sumar una trama familiar que potencia la tensión, que de por sí, ya tenía el relato.
Argentina, 1985 introduce a Julio José Strassera (Ricardo Darín) como un padre de familia, lidiando con sus conflictos laborales, la incomunicación con su hija y mantener vivo el espíritu hogareño en los pocos momentos que se encuentra en su casa.
Cuando le llega el pedido que lleve adelante el Juicio que confirmará la sistemática desaparición de personas por parte de los militares, su vida y la de los suyos cambia drásticamente, y ahí es donde la película comienza a transitar un camino tal vez inesperado, pero bienvenido, para trazar el recorrido hacia ese histórico discurso en donde el “Nunca más” se convirtió en mucho más que dos palabras.
Pero Darín, inmenso, enorme, no está solo en esta propuesta, lo secunda Peter Lanzani, solvente, como Luis Moreno Ocampo, liderando, entre ambos, a un grupo de jóvenes encargados en encontrar pruebas y testimonios que pongan tras las rejas a los criminales que llevaron a cabo el asesinato y desaparición de 30 mil argentinos.
Y también, entre muchísimos otras grandes interpretaciones, están Alejandra Flechner y Laura Paredes, con dos roles claves y fundamentales para el relato, una, el apoyo y la contención, mientras que la otra ofrece su profesionalismo para encarnar a una de las víctimas/testigo claves del juicio.
Argentina, 1985, gracias a la conjunción de una dirección precisa y una puesta en escena clave, además las mencionadas actuaciones, conmueve, emociona, nos invita a reflexionar sobre nuestra historia, pero también sobre la identidad y las convicciones, sobre los siniestros mecanismos de sujeción y tortura a los que, como pide Strassera, nunca más queremos estar vulnerables y expuestos.