Un impecable thriller político
Tercer filme de Ben Affleck. Se basó en hechos reales que parecen imaginados por un exagerado guionista: hay que rescatar a seis norteamericanos que se refugiaron en la Embajada de Canadá en Teherán. Estamos en 1979, en plena revolución. Un especialista tiene una idea: hacerse pasar por un director de cine canadiense para poder sacarlos como integrantes del equipo de rodaje. No es fácil. Hay que armar todo a la perfección y darle a la mentira el aspecto de una verdad que no genere desconfianza. Por eso el cine y la política se mezclan. Porque se parecen: hay estrellas, hay intrigas e importan más los resultados que la gente. El filme es atrapante, nervioso, intenso, un thriller político de estilo clásico que se ocupa del suceso, del retrato de cada personaje, de las dudas que plantea el desafío. Y que deja ver que al menos una vez la realidad necesitó de la ficción para lograr por una vez su humanitario cometido. Tiene ritmo, mucha tensión, suspenso y hasta sabrosas pinceladas de humor. El filme puede pecar de algún exagerado clima patriotero, pero el comienzo y el final, con testimonios reales, ponen las cosas en su lugar: en el cierre, las imágenes documentales le dan carnet de legitimidad al relato; y en el comienzo, el prólogo con noticieros de la época revisa con implacable elocuencia la responsabilidad de Estados Unidos en una crisis que lo tuvo -otra vez- como víctima y victimario. Un gran filme que empieza con una revuelta y termina con un abrazo.