En el tsunami de la historia
Cuando uno termina de ver “Argo” tiene al menos una certeza: Ben Affleck debería haber cambiado su carrera de actor por la de director hace mucho tiempo. Pero, quién sabe, tal vez necesitó de todos estos años de galán insípido para que sus proyectos maduraran. “Argo” es su tercera película como realizador, y sin dudas marcará un antes y un después en su trayectoria. Basada en una historia real, “Argo” es cine clásico y riguroso, de una solidez narrativa inquebrantable, en la mejor escuela de Clint Eastwood. La acción transcurre en el convulsionado Irán de 1979, en los inicios de la revolución islámica, cuando cientos de militantes invadieron la embajada de EEUU en Teherán y tomaron a 52 norteamericanos como rehenes. En medio del caos, seis empleados de la embajada lograron escapar y se refugiaron en la casa del embajador canadiense. El filme se centra en el delirante plan de un agente de la CIA —montar la filmación de una película falsa— para rescatar a esos empleados de una muerte segura. Affleck tenía en sus manos una trama compleja, pero logra resolverla con equilibradas dosis de suspenso, dramatismo y hasta humor y sarcasmo. También evita la tentación de presentar a héroes y villanos, y en su lugar consigue emocionar al revelar las fortalezas y las fragilidades de hombres comunes arrastrados por los avatares de la historia.