¡Viva el cine!
Sí, hay que ver Argo, la tercera, la mejor película como director de Ben Affleck. ¿Por qué? Porque es excelente. ¿Y por qué es excelente?
Ben Affleck ya había demostrado ser un director a tener en cuenta. Alguien que entendía la tradición del cine americano, la herencia del clasicismo, no pocas enseñanzas de Clint Eastwood, de Michael Mann, del cine de los setenta. Escribí sobre sus dos primeras películas en su momento en El Amante, aquí pueden leer esas notas: del número 187 (2007) y del número 221 (2010).
Argo es una de esas películas casi imposibles de hacer bien: política internacional, historia real de época, relación Estados Unidos-Irán, rehenes, CIA, la organización de un rescate, una producción falsa de una película: combinación de peligro y humor. Affleck no solamente logra unir los elementos sino que además consigue que la unión sea realmente una amalgama y no un mero rejunte. Los momentos de humor y acidez, sobre todo concentrados en la acción que transcurre en ambas costas de Estados Unidos (los poderes relacionados: el gobierno en el este, el cine en el oeste) no solamente no debilitan la tensión de lo que ocurre en Irán sino que interactúan de forma dinámica: estas dos sociedades (o tres, porque John Goodman y Alan Arkin son una sociedad brillante que debería ser destacada del resto), conectadas por el montaje, son realidades que coexisten en el tiempo. Claro, eso es obvio. Lo que no es obvio es el modo cinematográfico de integrarlos, estas idas y vueltas entre los dos países (y dentro de un país, entre las dos costas) pueden hundir una película que no tenga en claro su propósito.
Y el propósito de Affleck es narrar. Y lo hace con una sublime fluidez, con la capacidad y la osadía de encadenar momentos de tensión, que se acumulan de forma casi festiva al final: múltiples salvatajes en el último segundo, como si fueran el final de Crimen verdadero de Clint Eastwood. Como si fueran ese final, pero multiplicado. En esa película de 1999, con la que el Eastwood despedía el siglo XX, el siglo del cine, se homenajeaba a Griffith, el pionero. En Argo, Affleck sigue la senda de Eastwood mediante la exacerbación de los procedimientos de una de sus películas menos prestigiosas (aunque excelente). El final de Argo es, así, una celebración en cascada del suspenso cinematográfico, del placer de la tensión que podemos sentir como espectadores: se propone la empatía con los personajes, con varios, en varios escenarios. Como pasaba en el final de El regreso del Jedi, de lo que suceda en un escenario dependerá lo que suceda en otro. Pero, además, tenemos empatía, o al menos la tengo, con una noción del cine clásico-setentista-eastwoodiana. Larga vida al cine. Larga vida a este cine.
Un par de agregados del día del estreno:
1. Leo la crítica de Argo de Juan Pablo Cinelli en Página/12. Estoy en desacuerdo con su evaluación de la película, pero eso es irrelevante. Estoy muy en desacuerdo con su reclamo de que la película sea una especie de paper progre de la UBA Sociales, y también estoy en desacuerdo con su interpretación política. Me dan ganas de escribir algo para debatir, pero sigo leyendo críticas, y leo este excelente texto de Leonardo D’Espósito en Bae y veo que con su crítica ya le contestó a al texto de Cinelli (no de manera directa sino con su concepción del cine y de la crítica).
2. Veo los carteles publicitarios en vía pública de Argo en Buenos Aires. En ningún lado dice que el director es Ben Affleck. Sí se lee “del director de Atracción peligrosa”. Si usted sabe que Atracción peligrosa (The Town) la dirigió Ben Affleck, se entera de quién es este director no mencionado. Si no, no. Es que en la distribuidora deben saber que todavía hay gente que tiene prejuicios contra el mejor director surgido en Hollywood en el siglo XXI.