La consolidación de un director
Qué linda es la sensación que uno siente como espectador cuando se da cuenta de que está ante un realizador sólido, regular, confiable. Esa sensación que uno podía sentir con Christopher Nolan después de El gran truco, la que sentimos después de ver Trainspotting con Danny Boyle, con Clint Eastwood desde su resurrección en Million Dollar Baby o con Cameron tras Terminator II. Cada uno de ellos supo después hacer honor o no a esa sensación, la premonición de que la próxima que haga será buena también, porque ha logrado en nosotros una confianza, un vínculo, un entendimiento. Argo, el tercer filme de Ben Affleck tras las cámaras, es la consolidación de un director de cine, la confirmación de que lo que sucedió antes no fue producto de la casualidad, del azar, de un golpe de suerte.
Salvo Desapareció una noche, su ópera prima, que supe con el tiempo redimensionarla y valorizarla como se debe, ni The Town ni Argo son obras maestras. En ambos casos, con una gran mayoría de aciertos (en especial desde la realización), se trata de sólidos filmes, entretenidos y bien contados, interesantes y con un ritmo trepidante, apoyados más que nada en un gran trabajo de montaje o en intensas escenas de acción. Desapareció una noche, en cambio, tenía ese plus que no tienen demasiadas películas: proponer una pregunta -una pregunta existencial podríamos decir- que queda flotando una vez que el filme termina e interpela al espectador a reflexionar sobre ella.
Basada en una historia real, Argo cuenta las peripecias de un grupo de diplomáticos estadounidenses que pudieron escapar de una masiva toma de rehenes llevada a cabo por un grupo de insurrectos en Irak. Los que lograron huir durante la revuelta, llegaron a refugiarse secretamente en la embajada canadiense, pero no por ello dejaban de correr peligro en una época tan convulsionada como aquella de principios de los 70 en Medio Oriente. Ben Affleck interpreta aquí a un agente de la CIA especialista en rescates en países extranjeros (extracciones, según lo llaman) y será el encargado de organizar una fachada para poder sacar a sus compatriotas sin levantar polvareda. Esa charada sería "Argo", una supuesta película que busca locaciones exóticas para filmar sus paisajes inhóspitos del espacio exterior.
La dirección de Affleck triunfa una vez más por sobre otros aspectos con un protagonismo excepcional del montaje escalonado entre dos lugares para lograr el suspenso necesario para mantener la intriga, el interés y, por qué no, al espectador al borde del asiento. Piensen sino en la larguísima escena del aeropuerto y todas las escenas que se van intercalando en las oficinas de la CIA y en la productora en Hollywood.
El guión tiene la potencia suficiente como para mantener el interés en la historia a pesar de que se trata de un hecho heroico que probablemente imaginemos (si es que no nos enteramos antes) cómo puede terminar. También acierta al infiltrar en los personajes de Alan Arkin y John Goodman (dos trabajadores del mundillo de Hollywood) los comentarios ácidos sobre el ambiente cinematográfico y darle un tono cómico a una película que cada tanto necesita un respiro.
Con un elenco de estrellas en donde se destacan los menos conocidos (Arkin y Goodman son muy divertidos, pero Bryan Cranston -protagonista de Breaking Bad- tiene un rol muy convencional): los seis escapistas (entre ellos Tate Donovan o Clea DuVall), perfectamente caracterizados (como podremos ver en las fotos de los créditos) logran transmitir el miedo que les da la operación y la poca confianza que tienen para con el héroe, Ben Affleck, que nuevamente se reivindica de aquellos pésimos papeles de los noventa y ofrece una sobria y contundente actuación como el conflictuado Tony Mendez.
Argo es un filme entretenido e intrigante, bien narrado, con buenos momentos de suspenso y con un elenco convincente. El hecho de que sea basado en una historia real y esté narrado sin tomar demasiadas posturas respecto del conflicto internacional es otro gran acierto. Quizás no sea un filme inolvidable, una catarata de emociones, pero vuelve a poner la luz sobre el Affleck director y su gran talento tras las cámaras. Una buena historia que sirve de tercera prueba para que Ben nos demuestre que es un director consolidado.