La fascinación llamada Hollywood
El denominado "montaje americano" consiste en un despliegue de líneas narrativas que, a medida que el film avanza, saben cómo abrirse lo suficiente hasta, cerca del desenlace, converger. Se parte de un Todo y se vuelve a este Todo. En otras palabras, un recorrido cíclico que desordena y reordena. Se alcanza el final para volver a comenzar, para filmar más películas donde contar -ruedo mítico- las mismas historias.
Por eso, los finales felices no son tanto una sonrisa almibarada como sí una ratificación ideológica. Hay un statu quo que sostener. Argo, en este sentido, es tan clásica como cualquier película clásica. Pero desde un mirar conservador que, por ello, la acerca y la aleja del mejor cine de Hollywood.
La referencia estriba en el vínculo epocal: el viejo logo de la Warner -circa '70- así como la cita a Network, poder que mata (1976), de Sidney Lumet. Si es Lumet, entonces es también Fail-Safe (1964), John Frankenheimer (El embajador del miedo, Seconds), Otto Preminger (Advise & Consent), y Todos los hombres del presidente de Alan Pakula: conspiraciones, persecuciones, infiltrados, paranoia, corrupción. Ben Affleck, director/actor, es consciente -rasgo que se celebra- de su cine dentro del cine.
Argo plantea un inicio y desarrollo formalmente estupendos: rescatar a los seis diplomáticos varados en Teherán, luego de la toma de la embajada, a partir de una falsa película entre la CIA y Hollywood. La historia es cierta y documentada. Y es un disfrute ver el juego de máscaras, las idas y vueltas, entre las oficinas de la CIA y los despachos de Hollywood. Todo ello desde el cariz crítico que Argo desde el vamos dice exponer: es la política norteamericana misma la encargada de provocar el conflicto en Irán.
Entre decir y hacer debe haber sostén. Cuando Argo comienza a dejar detrás los momentos pequeños, que hacen mejor a la historia mayor, es porque inicia la acción y sus ritmos acelerados: ¿llegarán a tiempo al avión? ¿podrán escapar de Irán? Preguntas con respuestas. Sí y sí. No es eso lo que importa sino, de nuevo, su montaje: alternado entre tantas posibilidades como la película permita, desde un teléfono que no se atiende hasta iraníes repentinamente avispados. Nada de veraz hay en esto, casi tampoco de verosímil. Argo comienza como promesa pero culmina de modo banal, con todas las piezas encastradas, devueltas a su lugar/hogar: Papá Affleck en casa, con esposa, hijo, y bandera flameando. La CIA, a fin de cuentas, hace lo que hace porque debe.
Algo de este reordenamiento feliz/final ya estaba en su película anterior, Atracción peligrosa. La mejor de Affleck sigue siendo Desapareció una noche. Argo es, en conclusión, políticamente correcta, también lamentablemente inverosímil.