Argo

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

Sentido obtuso

Tengo un crítico amigo que, a propósito de Vivir al límite, dijo algo así como “está bien, es una buena película, pero es como un envase vacío en el que uno pone lo que quiere”. No me malinterpreten, me encantó aquella película de Katryn Bigelow, aunque esa frase me viene bien para describir lo que me sucede con Argo. Y esto me pone en una posición un tanto incómoda, porque veo como casi todo el mundo habla maravillas de este film, y siento que me quedo un poco fuera, y no sé bien por qué. Y me incomodo aún más porque soy de esos que se enorgullecen de sostener posiciones aunque sean marginales o minoritarias, pero ahora tengo unas ganas bárbaras de estar con la mayoría. Igual, este último dilema moral no es problema de ustedes lectores, así que con eso los voy a dejar tranquilos.
Ben Affleck ha pasado de ser uno de los clásicos hazmerreír de Hollywood a uno de los directores con mayor proyección del cine estadounidense, encaminándose por contenidos y formas a ser una especie de heredero de Clint Eastwood. Sus dos primeras películas, Desapareció una noche y Atracción peligrosa, son relatos que exploran los discursos, modalidades, comportamientos e instituciones (tanto particulares como generales) que sostienen la violencia como forma de vida. La familia, la policía, la religión, la ley, la policía, incluso la amistad o la pareja son puestos en cuestionamiento. Pero a la vez, no se quedan en la mera descripción del problema, sino que plantean posibles caminos, que pasan por decir la verdad (por dolorosa que sea), el correrse o tomar una posición diferente (con los costos que eso implica). Si nos ponemos a pensar, incluso ya antes de incursionar en la dirección Affleck estaba pensando estas cuestiones cuando escribió el guión de En busca del destino -que terminó siendo dirigida por Gus Van Sant-, donde se analizaban determinados rituales de una clase social oprimida y violenta, pero también los modos y chances de salir de esos círculos viciosos. Y lo bueno es que en estos films la palabra es tan fuerte como la acción, los gestos y miradas tan poderosos como los discursos, con la potencia de las imágenes como gran contenedor.
En Argo se repiten estas constantes, con algunos elementos más que la convierten en la película más ambiciosa de Affleck. El film se sitúa en el punto más álgido de la revolución iraní de 1979, que culminó con la toma de 52 rehenes en la embajada estadounidense en Teherán. Sin embargo, seis estadounidenses logran escapar, refugiándose en la embajada canadiense. Y cuando la CIA está desconcertada, sin saber qué hacer para sacarlos, un agente experto en extracciones, Tony Mendez (Affleck), aparece con la idea de hacerlos pasar por parte del equipo de producción de una película totalmente falsa. Y lo que al principio parece una total locura, termina convirtiéndose en la opción más viable.
El film busca tomar esta premisa, real y palpable, para analizar cómo las instituciones gubernamentales y los sectores de mayor poder en Estados Unidos han sentado las bases (y lo siguen haciendo, porque indudablemente Argo mira hacia el presente) para una escalada de violencia mayúscula, que lleva a la nación estadounidense a quedar enfrentada con la mayor parte del mundo, y ni siquiera se hacen cargo. Esto sin exculpar a los sectores populares, porque Affleck es consciente de que no sólo existen las instituciones que bajan línea, sino también el tejido social que acepta y adopta estos parámetros.
A la vez, Hollywood es explorado en su papel de mediador, de productor y reproductor de conocimiento. De hecho, los personajes de Lester Siegel (Alan Arkin) y John Chambers (John Goodman) -uno un productor, el otro un maquillador- son como guías del detrás de escena de esa máquina de sueños, pero también de pesadillas, donde el mentir es una regla. La amistad que nace entre Tony y Lester viene casi por decantación, producto de la empatía y paralelismo entre sus profesiones: ambos montan ficciones, mentiras, invenciones, y eso se traslada de sus trabajos a sus hogares, a sus vidas personales en crisis.
Pero Argo busca darle una vuelta de tuerca a tanto cinismo y negrura, proponiendo la posibilidad de la ficción, de la imaginación, de la pura invención, como vehículo para una modalidad de política virtuosa, basada en la colaboración, el diálogo y la diplomacia. Emparentándose con la mirada de un film como Invictus, o una serie como The west wing, intenta plantear un barajar y dar de nuevo en la política interior y exterior estadounidense.
Ahora, habrán notado como uso los verbos “buscar”, “tratar” o “intentar”. Y es porque siento que todo lo que dije anteriormente está, pero no está a la vez en la película, como si todo lo pusiera yo, sujeto espectador, porque simpatizo mucho con lo que “intenta” decir Argo. Yo también veo una sociedad estadounidense impregnada de mentira y violencia, y sin casi conciencia de eso. Y me siento muy identificado con esa visión “idealista” de ciertos sectores intelectuales norteamericanos, que quieren vincularse a través del diálogo e incluso la imaginación. Más por el hecho de que siento y veo que se ha construido en otros países -como la Argentina, por ejemplo- el mismo discurso donde las ideologías legitiman distintas formas de violencia.
Me pregunto por qué me sucede esto e intento explicarlo a través de ciertas secuencias o diálogos. Me resulta llamativo el hecho de creerle mucho más a Ed Harris en Desapareció una noche, cuando afirma que no hay nada más cristiano que un niño, porque es capaz de perdonar, no juzgar y hasta poner la otra mejilla; que a Arkin cuando en Argo sostiene que las mentiras no pueden dejarse en el laburo. O que haya un plano, mínimo, de apenas unos segundos, donde Affleck sale con Arkin en un auto, con un tema musical de fondo, que se disuelve enseguida, y que ese plano de transición me haga tanto ruido. Reconozco el gran manejo del suspenso y la mixtura de géneros del film, pero me sigo quedando afuera. Y recuerdo a Roland Barthez, cuando planteaba un tercer sentido (al que denomina obtuso) en el texto cinematográfico, que iba más allá de los sentidos comunicativo y de la significación, para adentrarse en la significancia, en lo puramente fílmico. Quizás percibo todo lo simbólico, lo informativo en Argo, pero no lo cinematográfico.
Aún así, no me siento especialmente desilusionado. Es más, hasta tengo ganas de ver nuevamente Argo. Ya tuve una experiencia similar con Invictus: al verla por segunda vez, me conmoví donde antes no lo había hecho, me identifiqué con los discursos y personajes con los que antes no había sentido empatía. Conservo también la fe en Ben Affleck. De hecho, me parece una mala noticia que no vaya a dirigir La Liga de la Justicia (que podría haberle servido para analizar los vínculos entre violencia y mito), pero una buena noticia que esté considerando adaptar nuevamente a Dennis Lehane con Live by night. Su cine sigue (y creo que seguirá) siendo interesante.