Armonías del Caos

Crítica de Cristian A. Mangini - Fancinema

SILENCIO SUBURBANO

Armonías del caos es una película que se focaliza en crear climas, dar a entender el infierno que subyace en una casa sobre la cual, con escasas referencias, podemos sentirnos familiarizados. Esta es una forma de sintetizar los méritos del film de Mauro Nahuel López, una ópera prima que construye desde la interrupción al orden doméstico un relato no exento de irregularidades que, sin embargo, no dejan de mostrar en algunas pinceladas a un realizador fresco con interesantes elecciones de puesta en escena.

La historia es sencilla: tenemos a una familia de clase media baja conviviendo en un hogar compuesto por Fernando (Carlos Echevarría) y su esposa (María Belmorite) junto a su padre Alberto, interpretado por Lorenzo Quinteros. Casa de rutinas, silencios y rituales que esconden una profunda tristeza y soledad. De repente, esta aparente tranquilidad se ve conmovida por un asalto que termina con el joven asaltante atrincherado en la habitación donde duerme Alberto. La impotencia por no saber cómo resolver la situación lleva a Fernando a tomar medidas extremas que garanticen el equilibrio alterado de la familia. El medio para tal fin implica la inserción de un personaje que resulta ser un viejo compañero de la infancia de Fernando, un tipo bastante turbio interpretado por Sergio Pángaro. Cómo se resuelve la cuestión es el eje de la secuencia final y el silencio de las miradas que intentan esconder el oscuro secreto.

Como dijimos, Armonías del caos es una película de climas: a menudo arriesga el verosímil para depositar todo el peso de una secuencia en las miradas o gestos utilizando planos largos. Se trata de un registro que es prácticamente teatral en su ritmo aunque obviamente no lo es en las elecciones de encuadre, resultando por momentos de una densidad artificiosa que no fluye con la sutileza que se pretende en las expresiones de los actores. Esto se torna problemático por cómo se subraya la carga dramática en momentos que sólo ralentizan el curso de las acciones. Es así que los 70 minutos pueden tornarse algo extensos sin que la búsqueda estética tenga algún peso en esta cuestión. Donde el film sí logra capitalizar el clima sórdido a través de la puesta en escena es con el manejo del fuera de cuadro en escenas claves como el momento en que el asaltante ingresa a la casa. Por otro lado, el tono decadente del blanco y negro otorga intensidad a una fotografía donde la sangre o los ojos del personaje de Pángaro piden un tratamiento así, además del trabajo de ingeniería de sonido que marca la tensión claustrofóbica de que algo está a punto de estallar.

Un problema que atenta contra la sutileza que se pretende manejar radica en algunos de los diálogos que sobrevuelan el guión: en particular la charla de Fernando con el asaltante que se encuentra astutamente fuera de cuadro, donde algunas de las líneas subrayan el tono crítico que pretende tener el film al reflexionar sobre la violencia. Basta escuchar la autoconsciencia que maneja el asaltante al decir cosas como “yo soy menor y así como entro salgo”, que parece sacado de la pesadilla de alguien con sobredosis de informativo periodístico, antes que del personaje que se pretende exponer.

Con riesgos en las elecciones estéticas que dan frescura a este drama, Armonías del caos sin embargo es un film con irregularidades a las que el realizador no siempre termina de resolver para que el relato fluya entre la historia doméstica y el subtexto de lo que se pretende decir.