Una pareja en la dulce espera convive con el perturbado padre de él (un sobreactuado Lorenzo Quinteros), compartiendo un cotidiano de tensiones y silencios alrededor de la mesa de la cocina, la pava y el mate. Cuando un ladrón se meta en la casa, la historia dará un giro inesperado.
Filmada en blanco y negro, con algunos toques experimentales, la puesta recuerda al miserabilismo del mal cine argentino poscrisis, que se regodeaba en la sordidez de sus personajes de hombros caídos, aquí centrada en uno que, antes que misterio, genera rechazo y patetismo. Acaso la presencia de Sergio Pángaro ilumina y airea un poco, pero no basta para alivianar una propuesta plúmbea.