Celos que matan
Arrebato, de la directora Sandra Gugliotta, cuenta la historia de un escritor de policiales que se ve envuelto en la trama de un crimen.
"Lo único que importa es la percepción y no aburrir. En la cultura del entretenimiento vale todo. Todas son herramientas para el espectáculo", dice Luis Vega (Pablo Echarri) a un grupo de estudiantes. En esa frase hay claves de la película de Gugliotta, un coqueteo entre teoría y realización, guión y cámara, actor y personaje.
Vega es escritor y está casado con Carla (Mónica Antonópulos), mujer sensual que entra en la trama oculta de la película. Vega busca qué escribir, y transmite el desvalimiento de quien ha quedado después de un éxito con la página en blanco. Su editor (Claudio Tolcachir) sugiere un relato policial, de aristas escandalosas y amplia cobertura mediática. Ahí entra la otra mujer sensual, Laura Grotzki (Leticia Brédice). Arrebato relata los estímulos, padecimientos y ambigüedades de que está hecha una novela. La inspiración es aleatoria. Por los ojos y el corazón afiebrados de Vega pasan los celos, los datos de la realidad, la evidencia, la curiosidad y el juego.
Estrena "Arrebato", con la vuelta de Pablo Echarri a los primeros planos
La película de Gugliotta construye la novela de Vega, titulada Arrebato, con clichés y procedimientos de escritura que van devorando la trama. En el caso Grotzki hay un asesinato, una esposa sospechosa, pasiones e infidelidades. Sobre esa matriz ficcional, Vega arma su propio relato, en el que entra la esposa como partícipe imprescindible.
La ambigüedad suma interés pero la película insiste en las figuras del género policial. Gustavo Garzón interpreta al inspector que investiga un asesinato. Todos los caminos conducen a Vega. Está claro que, a pesar de que el contenido de su novela es inquietante por los detalles, nadie puede ir a la cárcel por el sólo hecho de imaginar. La tradición de la literatura fantástica y el cuento del popularísimo Roberto Fontanarrosa, Sueño de barrio, se adivinan como referencias del guión poco original.
Pablo Echarri y sus primeros planos que inundan la pantalla llevan adelante la intriga con gestos cada vez más desencajados. El actor plantea su personaje reforzando la idea de sufrimiento interior y los estragos que pueden hacer los celos. La realidad aparece siempre velada, con datos que el espectador pesca y reutiliza. Antonópulos encuentra un perfil entre cándido y feroz, cada vez que Carla responde las preguntas de su marido. Una mujer de largas ausencias y celular apagado que el guión castiga.
Entre la ensoñación y la urgencia por crear un éxito editorial, Vega arma su novela y se escabulle ante la mirada del inspector. Creer o no creer, es el dilema.
La directora edita las escenas en breves flashbacks, va mezclando los tiempos y las miradas de las mujeres que rodean a Vega, dedica muchos minutos a Echarri, un actor que jadea, sufre, sin lograr un protagonista potente. "Me gustan las víctimas y lo que siente el asesino antes de matar", dice Vega y siembra la confusión. Arrebato juega con la percepción y el engaño se vuelve un truco para sostener un guión demasiado sencillo.