Arrebato es algo así como un grado cero del thriller: la trama parece interesarse solo por los elementos mínimos sin los cuales la intriga no podría funcionar, y no gasta recursos en construir nada que no contribuya a ese fin. La película avanza rápido y presenta su mundo y a sus personajes con pinceladas veloces: Luis Vega, el protagonista, es solo un docente de literatura y escritor de policiales exitoso pero igualmente frustrado con su trabajo y su matrimonio. Y eso es todo: nada más sabremos del personaje de Pablo Echarri salvo por algunas escenas fugaces en las que se lo muestra como un padre poco cariñoso y con una tendencia recurrente a irse de los lugares en los que está incómodo. Pero es esa figura un poco chata, la del escritor bloqueado y marido celoso, la que aparece siempre en escena; otros personajes, como el de su esposa o el de la viuda de Grotsky, tendrán menos suerte todavía en la repartición de rasgos: una es solo una madre responsable y esposa insatisfecha, y la otra apenas un remedo de femme fatale que exagera todo el tiempo y de mala manera su aire entre siniestro y seductor. La puesta en escena no resulta mucho más elaborada tampoco: los planos transmiten solo un mínimo de información necesaria para la comprensión de cada escena y prácticamente no muestran nada más que a los protagonistas, en especial la cara de Pablo Echarri, que ocupa la mayor cantidad de metraje de la película. Casi no hay imágenes de la ciudad o de los lugares por los que circulan los personajes: las escenas comienzan con los actores clavados en un paisaje dado de antemano y enseguida se produce un diálogo o se escucha la voz en off de Vega, y los momentos fundamentales de la trama, como el primer reencuentro entre Luis y su ex esposa, son contados casi exclusivamente apelando a un rutinario plano contraplano que, lejos de producir el drama necesario, no hace más que revelar la falta de tensión entre los actores.
Echarri no empieza bien pero crece a medida que el relato avanza: su personaje está condenado a la unidimensionalidad pero el actor de alguna manera se las arregla para arrancarle algo de interés al escritor obsesivo de manual que tiene que componer. Sandra Gugliotta entiende rápido lo que Echarri es capaz de darle y lo explota lo mejor que puede: sabe que los diálogos no son su fuerte (como queda clarísimo en la escena de la clase) y entonces le hace muchos primerísimos primeros planos y encuentra en las facciones, la barba y el pelo del actor algo, aunque sea un poco de la potencia visual que el resto de la trama y de los personajes no parecen poder generar. Los demás salen peor parados: no es que Mónica Antonópulos o Gustavo Garzón no actúen bien, sino que sus interpretaciones apelan a un registro que se compone de uno o dos gestos y nada más que eso, los dos son siempre iguales a sí mismos y no parecieran atravesar ninguna transformación. El caso de Leticia Brédice es distinto: ella sí actúa mal, en ningún momento puede imprimirle algo de credibilidad a su personaje, y los numerosos primeros planos que la película le dedica no hacen más que dejarla al descubierto.
Así, echando mano a una suerte de minimalismo narrativo que no se sabe bien si es la búsqueda fallida de un cierto tono o solo la falta de interés de la película por lo que narra, Arrebato cumple medio de compromiso con los momentos de sordidez y con los giros narrativos esperados sin apostar a producir otra cosa que no sea apenas una intriga aceptable y más o menos verosímil. Un par de elipsis, un asesinato misterioso y un flashback son los elementos encargados de tramitar un final que, aunque inesperado, no alcanza a generar demasiada sorpresa. Sin embargo, después de terminada la última escena ocurre algo curioso: la cámara sigue al personaje de Echarri de frente manejando su auto en una larga escena nocturna y de fondo suena Dos galaxias de Él mató a un policía motorizado. Por algún motivo extraño, ese plano extenso carga con una fuerza que la resolución final jamás tuvo y funciona casi como un disparador: ¿cómo habría sido Arrebato si los realizadores hubieran estado más atentos a sus criaturas y a todo lo que las rodeaba? ¿Qué película habría resultado de haberse filmado más viajes de noche como ese por una ciudad desolada, o si se le hubiera permitido a sus personajes participar en escenas que no fueran únicamente funcionales a la trama, en la que no estuvieran obligados a entregar permanentemente una actuación clara y contundente que eche a andar el relato, como ocurre con el Echarri ambigüo e intrigante de ese último plano?