Más extraño que la ficción
Hace poco menos de un año, Sandra Gugliotta había estrenado comercialmente La toma. El documental, uno de los tantos que pasaron –y pasan y seguirán pasando– injustamente inadvertidos, partía con la idea de radiografiar las protestas estudiantiles ocurridas en 2012 desde las acciones establecidas en un colegio secundario palermitano. Como toda buena película, su premisa era apenas una excusa para dialogar (o refractar) las particularidades de un mundo: era, entonces, un film cargado de un presente puro y perfectamente distinguible, un relato acerca de los mecanismos de la construcción identitaria individual y grupal en plena hiperpolitización de la era kirchnerista. Es por demás llamativo, entonces, que el trabajo inmediatamente posterior de Gugliotta peque justamente de eliminar cualquier atisbo referencial geográfico, político y cultural: si La toma transcurría inequívocamente en un aquí y ahora palpable, Arrebato es un producto extemporáneo, de coordenadas distinguibles, pero sin funcionalidad narrativa.
El protagonista es Luis Vega (Pablo Echarri), un ascendente profesor y escritor de policiales felizmente casado (su mujer es Mónica Antonópulos) y con un hijo, que empieza a escribir un libro sobre un asesinato reciente. Claro que el interés estará menos puestos en las claves de ese crimen que en la excéntrica viuda (Leticia Brédice), a la postre puerta de entrada al universo de la promiscuidad y el intercambio de parejas. Lo que ocurrirá después es la distorsión entre realidad y ficción, la latencia de un crimen anidando en la mente del escritor. Podría pensarse a Arrebato como réplica tardía de los thrillers protagonizados por Michael Douglas y/o Sharon Stone, con Bajos instintos a la cabeza, en los primeros noventa. La referencia al film de Paul Verhoeven no es casual, ya que aquí habrá un hombre que caerá fascinado ante los encantos de una potencial asesina.
Arrebato ofrece un protagonista circundando por un entorno aparentemente perfecto que se cruzará con un personaje ominoso que operará como disparador de un quiebre personal, triángulos amorosos, un núcleo policial, verdades que no son tales y una locura creciente. Irregular en la generación de suspenso, predecible en sus vueltas argumentales aunque disfrutable en su desarrollo, el nuevo film de Gugliotta termina convirtiéndose en una correcta propuesta genérica en la línea de Tesis sobre un homicidio y Betibú. No es poco -sobre todo proviniendo de una cinematografía que, a excepción del terror y algún que otro exponente mainstream de comedia, suele soslayar en su mayor parte las narraciones tradicionales- pero tampoco demasiado.