Existen sutiles efectos sonoros que suman a la construcción narrativa que el espectador puede identificar fácilmente hasta con los ojos cerrados. Escuchar como crujen las suelas de los zapatos en el asfalto húmedo. Sentir esa pequeña explosión cuando se enciende un fósforo y el personaje da la primera pitada al cigarrillo o cuando sirve enérgicamente un vaso con whisky. Ninguna de estas características se escucha en Arrebato, todo el espacio sonoro está inundado con la respiración del protagonista y por una banda de sonido que remarca los acontecimientos.
La película se encuentra planteada en tres actos divididos por una elipsis y un cartelito que anuncia “6 meses después”. Pablo Echarri es Luís Vega, el protagonista de la historia y desde su primer plano -si uno presta atención a las palabras escritas en el pizarrón detrás de él y el sentido que apunta la flecha- podrá resolver el enigma que esconde el argumento.
Leticia Bredice sería algo así como la Femme Fatale, esa viuda negra que no deja títere con cabeza cuando todavía el cuerpo del marido se encuentra tibio. Pues no, apenas hace un poco de sacadita y alocada, y listo. Eso sí, la visten con tonos acromáticos, no solo porque se autodenomina como una mujer nocturna, sino para diferenciar su personaje con el de Mónica Antonópulos siempre en tonos pasteles y con escotes profundos para darle sensualidad y refinamiento al personaje que interpreta como esposa de Vega. Dos mujeres ubicadas en polos opuestos pero unidas por un sentimiento: los celos.
Arrebato es un policial sin intriga ni tensión.
Estos celos son los que movilizan a Vega a indagar cada vez más en un asesinato que le sirve como fuente de inspiración a la hora de escribir en su nueva ficción. A medida que avanza el relato y la cosa debería estar más intensa, el único aporte de tensión, intriga o como deseen definirlo está aplicada a la hiper, excesiva y sobre actuada respiración nasal del protagonista que en nada aporta al dramatismo. Los únicos momentos de respiro, como para no variar de tema, son las pequeñas apariciones de Tolcachir y Da Silva.