Un thriller hecho de silencios y opacidades
En este thriller sobre un escritor de policiales, sobre asesinatos y celos, Luis Vega (Pablo Echarri) está casado con Carla (Mónica Antonópulos) y su editor y amigo (Claudio Tolcachir, mucho más urbano y menos torvo que en El ardor) le sugiere que escriba algo a partir del "caso Grotzki", un dentista asesinado. Para eso, Vega contacta a la viuda, Laura (Leticia Brédice). Esto no es el argumento; es el punto de partida, lo que pone en movimiento la película y sobre todo al personaje del escritor, que hace tiempo que no escribe sino que da clases y se ha convertido en lector, en editor de trabajos de gente más joven. Vega es la clave, el peso de Arrebato: es quien ve, quien cela, quien investiga, quien pone en marcha la acción y destapa lo que ya está arruinado. Y la clave de Vega es que es un personaje construido de forma singular, definido por sus escasos atractivos. Está interpretado por Echarri y no seduce, no tiene encanto, no logra ni siquiera contestar con sabiduría de escritor (de esos escritores del cine). Las mujeres lo dominan, lo perturban; no tiene una relación fluida con su pequeño hijo, no obtiene lo que busca, anda demasiados días con la misma camisa. Lo gris de Vega hace que nos intrigue.
La primera parte de Arrebato, extensa y hasta un poco anodina, descansa en la promesa de que algo más -algo de violencia, algo sexual- ocurrirá, pero la película nos deposita -con una gran elipsis astuta- en una segunda parte nos lleva a preguntarnos qué es lo que ha pasado, con lo que se cambia el foco de tensión y el modo de atención. Y luego hay una tercera parte -otro bloque diferenciado en términos de modos de informar- más breve y directa, resolutiva sin vueltas.
Desesperanza
La película hace de lo opaco de sus personajes, de sus pocas confesiones, de sus pocas definiciones, su mayor mérito. Ni Vega ni su mujer son apasionantes, son físicos casi vacíos: sus acciones parecen provenir de la desesperanza, de la asfixia social, de la frustración. No hay felicidad aquí, a veces hay furia, a veces hay desahogo, no mucho más. Echarri y Antonópulos -con miradas poco vivaces- encajan perfectamente en sus roles, y Brédice a veces lo presiona con demasiada intensidad. El final, con una canción de El mató a un policía motorizado, tiene la inteligencia de funcionar como reposo catártico.
¿En qué falla Arrebato? Extrañamente, en las costuras menores, en mucho de lo que debería otorgarle fluidez para sostener su propuesta policial-erótica poco explosiva: en cómo pone en escena el movimiento (las reacciones violentas de Vega se exhiben torpemente), en cómo se construye la mirada del celoso (la espera muy visible en el estacionamiento abierto, todo lo relativo a la revisión del teléfono), en cómo la investigación y la búsqueda de pruebas no se plantean con verosimilitud. Una mayor concentración, un mayor foco, una mayor dedicación a los detalles podrían haber mejorado este policial que se juega a -y acierta en- no tener grandes sorpresas.