Infidelidad en los tiempos de las redes sociales.
Es interesante como algunos directores amantes del cine de género trabajan mejor la pureza de sus procedimientos y dinámicas cuando plantean películas exploratorias; indagadoras en el estilo y en la forma. Sandra Gugliotta viene serpenteando su carrera sin atarse a un mundo. Su opera prima era una mirada urgente sobre la juventud en tiempos pre-corralito financiero (Un Día de Suerte), luego de varios años regresó con un policial gélido y algo críptico (Las Vidas Posibles) y el año pasado estrenó vía streaming La Toma, de paso también por el BAFICI 2013; un documental bien desde las entrañas de la problemática de los estudiantes secundarios y las tomas de escuelas. Finalmente en su tercera película recala su cine en la plena caja contenedora de los géneros, ya sin coqueteos.
Arrebato muestra más pasión por la dimensión temática de su historia que por lo formal, en especial del armado temporal del relato. Sus situaciones se enganchan a la fuerza de su protagonista que deambula con pocas motivaciones; un escritor urgido de escribir un nuevo libro que acepta de mala gana la sugerencia de su editor para contactar a la viuda de un asesinado -en un caso que se ha replicado mediáticamente- con el objetivo de obtener información no divulgada para su nueva historia. Como dice la regla del policial: mientras avanza en el caso, el investigador sufre un declive en su vida personal. El hilado de situaciones de la pesquisa policial no progresa, solo se incrementa el tono de los encuentros entre el escritor (Echarri) y la viuda (Brédice), sospechosa número uno del crimen. El problema principal es cuando el guión necesita desentenderse de la previsibilidad del caso y la mejor idea que surge es apostar a un nuevo borrador, y es así que las flechas apuntan al escritor en la segunda mitad, bajo la idea de narrar la misma película pero desde la subjetividad del protagonista, quien aparece ahora implicado en un homicidio idéntico al del caso que investigó y que publicó en su nuevo libro.
No es casual que en la conferencia de prensa las preguntas se hayan direccionado -en su mayoría- hacia el tema del film (la infidelidad, la traición, etc.) y casi nada en los modos empleados del lenguaje cinematográfico. La urgente actualidad de las redes sociales como espacios de confraternización (en el mejor de los casos) y las consecuencias de la piratería 2.0 son los dos focos fundamentales, que en realidad conforman una articulación casi como “causa y efecto”, lo que parece interesarle en definitiva a la directora. De tal manera es que la segunda parte es casi una radiografía de los actos del escritor, sin un vuelo narrativo capaz de zigzaguear lugares comunes, como el concepto del “falso sospechoso” o del final terriblemente descriptivo. Quienes parecen ser los únicos en entender el juego de los estereotipos son Gustavo Garzón (en la piel de un perro de presa con modales, al interpretar un fiscal que investiga al protagonista) y Claudio Tolcachir (el editor cizañero), quien descomprime los momentos tensos por ser el único de los personajes principales ajeno a la trama criminal.