Crónicas de la expiación
La película trata sobre un escritor obsesivo, Luis Vega (Pablo Echarri), que comienza a investigar un crimen actual cuya narrativa lo lleva al personaje de Laura (Leticia Brédice), a quien la prensa y la opinión pública tilda de presunta asesina pasional de su esposo, tras el supuesto hecho de infidelidad de su marido.
La relación con el personaje de Brédice se adecúa a la condición de viuda-femme fatale, sensual y adinerada no se cansa de perseguir con ademanes y miradas al debilitado escritor, quien cuando acepta acercarse, apenas alcanza a confesarle su miserable verdad junto a los detalles sobre el asesinato de su marido, dejando afuera para él y toda la audiencia, el deleite de la esperada experiencia sexual. Como era de esperar, los sutiles detalles serán los vehículos que lleven al resultado promisorio de concluir la novela del frustrado escritor, para quien su editor podría definirse como único y fanático de sus trabajos.
El núcleo familiar de nuestro personaje se compone de una esposa (Mónica Antonópulos), quien además de cumplir el rol de madre y mujer del siglo XXI, descuida a su familia por mantener encuentros de sexo casual; y un hijo que apenas lo reclama. Ante este escenario de escasa contención, la ira y desesperación del protagonista resultan justificables. Sin embargo, sin darse cuenta esa ira lo controla, y se deja llevar por las pasiones. Enfermo de celos (en realidad no tanto, pero es necesario remarcarlo) descarrila ante la obsesión de la búsqueda de la verdad en un caso que en realidad ni siquiera le interesa, ni tampoco sabe bien para qué la busca, más allá del pretexto de suplir la falta de inspiración y vacío, al momento de escribir.
El film promete un thriller de intriga, y misterio, algo que lleva y vuelca con obstinada atención. Prolija en los aspectos técnicos, tanto en la cuidada y por momentos oscura fotografía, como en lo detalles sonoros, que sirven de apoyo estético.
Pero a pesar de esa minuciosa búsqueda expresiva, el relato avanza caprichosamente a los lugares buscados. Todo brindado al espectador para que imagine y justifique el esperado final. Sin vueltas ni rodeos, la historia avanza, como parece avanzar el escritor en su investigación y en su novela. Como si todo estuviera dicho y sólo hubiese que hacerlo, sin posibilidad de error.
Quizás lo más interesante del personaje de Vega sea el mismo Pablo Echarri, quien en este caso como antihéroe no mide sus esfuerzos para escaparse de esa condición. Pero su débil actitud termina sometiéndolo a su entorno: su mujer, su editor, su provocativa fuente de información y la misma justicia. A pesar de mostrarse seguro, el personaje encarado por Echarri no logra acceder al status buscado, tratando de sostener sin resultado satisfactorio esa máscara característica de pibe 10. Apenas en el momento de máxima tensión y acción es donde su inseguridad se desdibuja y encamina hacia una salvación o, por lo menos, un intento de expiación, para recobrar el espacio de exitoso escritor, personaje del momento.