A cualquiera le puede pasar
Luis Vega (Pablo Echarri) es escritor y profesor de literatura y está casado con Carla (Mónica Antonópulos) con quien tiene un hijo. En busca de inspiración para su próxima novela, entrevista a Laura Grotzky (Leticia Bredice) una enigmática mujer acusada de asesinar a su esposo. Ambos tienen extrañas citas, de noche, en lugares solitarios; esas son las condiciones que pone Laura para darle, de a poco, informacion sobre el crimen de su marido. Pero las citas se convierten en algo más que una excusa para la investigación, Laura es manipuladora y logra revelar el lado oscuro de Luis: los celos. Luis sospecha que su esposa lo engaña, y eso lo transforma en un hombre violento, tanto que lo único que consigue es que se aleje de él.
La trama es interesante, nos plantea que cualquiera de nosotros podríamos ser capaces de cometer un crimen si nos descontrolamos y dejamos de actuar como los seres civilizados que debemos ser. Por otro lado, el guión también le da bastante importancia al tema de las vidas paralelas, cómo la tecnología de hoy nos permite jugar en una sala de chat a ser otra persona, a desplegar fantasías que probablemente no nos animaríamos a llevar a cabo en nuestra vida cotidiana. Luis es un personaje complejo, una especie de Dr. Jekyll buen esposo y respetado escritor, y un Mr. Hyde capaz de despertarse ante un extraño mensaje en el celular de su esposa. El problema es que no podemos creernos ninguno de los dos personajes. Por un lado porque la actuación de Pablo Echarri no es del todo convincente, y por el otro porque el guión, si bien es prolijo e interesante, parece poner varios personajes en un tablero en el que no están conectados entre sí. Se hablan, se gritan, y hasta se pegan, pero nada de lo que hacen parece estar conectado con la reacción posterior.
Con buenas intenciones, y partiendo de una idea interesante, la historia resulta incompleta, incapaz de atraparnos o de generar un buen clima de suspenso. Resulta imposible creer las reacciones de los personajes, y nos quedamos esperando que suceda algo que conecte todo, pero lo único que aparece, abruptamente, es el final.