Todo crimen empieza por imaginarlo
El policial atraviesa en nuestro país una especie de euforia, gracias a éxitos como “El secreto de sus ojos”, récord de taquilla en 2009, que sumado al prestigio aumentado por un premio Oscar, mucho influyó para que numerosas películas nacionales se hayan alistado en este género, con moderadamente buenos resultados a juzgar por “Betibú” y “Muerte en Buenos Aires”, ejemplos recientes que alcanzaron un suceso de público aceptable y fueron respaldados con un gran lanzamiento, incluyendo una notable campaña marketinera donde los promotores del cine pochoclo al fin se pusieron la camiseta de las películas nacionales resonantes.
Sandra Gugliotta es una de las respetables directoras argentinas que por la primera mitad de la década del noventa, junto a Caetano, Trapero y Martel, ente otros, dieron lugar al llamado Nuevo Cine Argentino. Realizadora de “Un día de suerte” (2002), “Las vidas posibles” (2007) y el documental “La Toma”, estrenado en 2013. “Arrebato” es su cuarto largometraje y su película más ambiciosa en términos de producción y pretensiones comerciales, aunque la más fallida. Parte de una propuesta interesante: un thriller sobre los celos y los límites entre realidad y ficción que se contaminan mutuamente.
Muerte anunciada
“Arrebato” comienza inscribiéndose dentro del género policial, para derivar hacia el trhiller psicológico. Un escritor (Echarri), perturbado por los celos, influenciado por un crimen pasional que descubre en los periódicos, se deja llevar hacia contactos ominosos que desembocan en una muerte real.
Hay una primera escena que funciona como especie de prólogo autojustificativo, donde el protagonista-escritor explica ante un grupo de alumnos, algunos gajes del oficio. Dice que en un relato “lo que importa es el cómo”, que “con tal de entretener, todo vale; hasta el crimen”, y que “la banalidad y la brutalidad” pueden ir juntas. También sostiene la posibilidad de que, a fuerza de repetirse en una larga cadena de reiteraciones, un hecho termina por ser creído. Sobre el pizarrón un gráfico con flechas que van y vienen de la “Realidad” a la “Ficción” anticipan el contenido.
Elecciones inadecuadas
Con una construcción cinematográfica más o menos clásica en cuanto a la narración (donde resulta por lo menos de difícil justificación la inclusión de la repetición de una escena); con una fotografía correcta y una banda de sonido algo excedida en los acompañamientos incidentales, en general los problemas no tienen que ver con lo técnico, sino con un abordaje inseguro del género. Si bien el guión esquiva algunos lugares comunes, está repleto de escenas que no conducen a nada. El eje de la trama se desplaza y se pierde detrás de nimiedades intrascendentes, con una dirección apurada que resigna precisión en detalles para nada menores que afectan la construcción del verosímil.
Si bien “Arrebato” cumple con rasgos característicos del género, falla en un requisito importante: la identificación del público con sus personajes, sobre todo porque no resulta creíble el protagonista en su doble rol de escritor y de marido celoso que pasa de la indiferencia a la obsesión. Con una figura relevante como Pablo Echarri es evidente que se busca una alternativa posible a la dependencia de que un film esté actuado por Darín para atraer al público, pero sus jadeos y gestos desafortunados confirman definitivamente que la suya fue una elección equivocada. Por su parte, Mónica Antonópulos y Leticia Brédice hacen algunos aportes a la resbaladiza tensión dramática y erótica, pero -incluso con sus vestidos de alta moda- lucen desaprovechadas en su potencialidad actoral. Es una pena que Echarri, quien ha hecho papeles correctos en varios films de buen nivel, no haya podido encontrar la clave para hacer creíble a su sicótico personaje.
Con un comienzo prometedor, “Arrebato” termina naufragando por la irregular generación de suspenso. Predecible en sus vueltas argumentales, se apoya demasiado en la banda sonora para generar lo que no puede de otra forma y satura con música incidental y respiraciones agitadas; menos al final, cuando por contraste utiliza el tema interpretado por una banda indie que habla del amor entre dos galaxias y que funciona irónicamente.