El estreno, en BAMA Cine Arte, de Arrebato (1980) de Iván Zulueta, es todo un acontecimiento cinéfilo. Si bien la película se pudo ver hace algunos años en el Festival de Mar del Plata y se consigue en DVD (hay edición de España), es una gran oportunidad para verla en cine. Arrebato es una película para ver en una sala oscura. Su potencia puede desplegarse allí, en las sombras, en la recuperación de un clima. Arrebato es el único largometraje firmado por Zulueta (1943-2009), participante desde diversos ángulos -uno de ellos fue diseñar los afiches de las películas de Almodóvar? de esos nodos energéticos de la movida madrileña de fines de los 70 y principios de los 80.
Arrebato es una historia de cine, cinéfila, de vampiros, de diversos consumos: el cine consumido, el cine consumidor, la heroína consumida, la droga consumidora. Es muy claro el planteo del cine como amenaza, como arma: el principio y el final de Arrebato son contundentes, ligados y demasiado evidentes.
El protagonista, José Sirgado, es un director de cine: finaliza su segunda película sumido en cierto desasosiego. Llega a su departamento luego de una jornada de montaje y ahí está Ana, su ex pareja y protagonista de su primer film. Todo recomienza, pero degradado. El presente de José es menos vital que su pasado, al que accedemos en flashback, a su encuentro con Pedro en una casa de campo. Pedro es un ser extraño, de sobretodo y raro peinado nuevo que filma, que busca imágenes, que busca el éxtasis, la epifanía, el arrebato. Y puede buscarlo en una figurita de un álbum de Las minas del rey Salomón y también mediante sus registros en Súper 8 y sus montajes. La "zona Pedro" de la película va menguando en potencia e interés a medida que se hace más extensa, más reiterativa, con menos interacción personal con José. Y cuando más abusa de la voz en off-comentario-misiva: la película tuvo un rodaje accidentado y este exceso de palabras está ligado a esos percances.
Pedro es interpretado de manera muy freak por Will More, y ciertas maneras freak no siempre viajan bien en el tiempo. José es Eusebio Poncela y Ana es Cecilia Roth, ambos (especialmente ella) en estado de gracia, de intensidad, de fuego: sus cuerpos desnudos tensos, que se repelen y se atraen, son hoy el corazón de la película, lo que permanece con su poder de seducción intacto o incluso potenciado: el cine vampiriza y también conserva. Pero, lamentablemente, la obsesión cinéfila gana en Arrebato por sobre la historia de amor y desamor, y así lo certifica la parte final de la película.
Arrebato no fue particularmente bien recibida en el momento, pero con los años se convirtió en una película de culto, reverenciada por crítica y cinefilia (que no son lo mismo). Arrebato, vista hoy ?o, mejor dicho, vuelta a ver hoy? tiene mucho de fascinante (esas imágenes que se montan, algunas de las películas de Pedro), mucho de vital (el baile Betty Boop de Ana), mucho de película importante (ese peso excesivo, esas metáforas que se fueron gastando), mucho de época y mucho de exceso, que incluye a todo lo mencionado y nos lleva a muchos momentos subyugantes y a muchos que se han desgastado, descascarado, o quizá ya estuvieran en proceso de hacerlo en su momento.