El arriero va El retrato de los Parada, una familia de gauchos trashumantes malargüinos, lleva al documentalista Néstor “Tato” Moreno a transitar por lo que en un principio podría ser una simple historia sobre el arreo de cabras en la cordillera de Los Andes a una propuesta reflexiva acerca de cómo el “progreso” amenaza la subsistencia de quienes ejercen trabajos que se halla en vía de extinción. Eliseo Parada y su esposa, son puesteros trashumantes de Malargüe, tienen dos hijos, pero uno emigró a la ciudad para continuar sus estudios universitarios (y buscar otro tipo de vida). El otro sigue trabajando con ellos, pero también tiene dudas sobre su futuro. Esta vez, los cuatro realizarán el arreo de cabras por los parajes del sur cuyano dando origen a una serie de reflexiones que van desde el progreso, las tradiciones, el desarraigo y hasta del esfuerzo y la poca ganancia que genera un trabajo que se se contradice con lo que paga el consumidor final. De entrada da la sensación de que Arreo (2015) va a ser un documental de observación sobre una familia dedicada al arreo de cabras dentro del contexto paisajístico de la cordillera de los Andes en el sur cuyano. Pero a medida que los minutos pasan. la historia toma otros carriles y se convierte, más allá del retrato, en una suerte de reflexión sobre un abanico de temas familiares, laborales y hasta económicos que hacen que el relato crezca combinando lo observacional con lo periodístico, sin por eso alejarse de lo cinematográfico. Otro de los aciertos de Arreo es lo técnico. Moreno, también encargado de la fotografía, logra imágenes de una belleza suprema que capturan no solo el alma del paisaje, sino también la de sus protagonistas. Imágenes que acompañadas por el uso del sonido ambiente crudo en combinación de la banda musical (no abusiva) generan los climas que la historia necesita para no solo quedarse en lo bello sino transmitir sensaciones. Arreo no es un documental más. Tiene historia, tiene cinematografía y cuatro personajes que alejados de toda abulia cuestionan, generan preguntas y buscan respuestas acerca de lo que eligieron ser y hacer.
La otra cara del progreso A simple vista Arreo (2015), del realizador Néstor “Tato” Moreno, se perfila como un documental de observación. Un nutrido grupo de cabras se deja sorprender por una cámara testigo en una marcha constante pero apaciguada. Sin embargo, los arrieros de esta historia no sólo van como rezaba Don Atahualpa, sino que hablan, cuentan y reflexionan desde el sentido común, para que el espectador primero descubra una voz que pone de manifiesto la otra cara del progreso y describe en primera persona la cruda realidad de los puesteros transhumantes.
En DocBuenosAires habia visto en el 2012 Nómades del invierno, una pelicula suiza de Manuel von Stürler, en la que dos pastores, Pascal y Carole, llevaban a sus ovejas a lo largo de 600 kilometros de la región suizo-francesa. Aquel espíritu de ,road movie la trashumancia chocaba con la modernidad de una Europa apretada en ciudades, pueblos, rutas y , adquiere en esta pelicula mendocina una dimensión más abierta, despejada, patagónica al fin. Tampoco Arreo, tiene que ver con Arrieros, de Juan Baldana, aunque el tema es el mismo, el documental del director de Soy Huao transcurre en Chile y es mucho más obediente al sistema de una observación más dura, más desprolija, de una cámara más entrometida, movediza y un montaje más desordenado y caótico. Tato Moreno, director de Arreo, tambien hace la estupenda fotografía haciendo brillar de colores el paisaje sin que nunca pierda lo humano la dimensión que merece. En la Mendoza de Arreo lo humano es la comida, la radio, el guitarreo, los hijos que eligen estudiar, los que se fueron a la ciudad y vuelven a arrear despues de un tiempo, la tierra que pertenece que es de quien la trabaja, la familia y la tradición. Junto al hombre y la mujer,perros, caballos y cabras. El modo de presentar los testimonios de Eliseo Parada y su familia es inteligente: alterna , relatos a cámara con otros en medio de situaciones cotidianas, esto le da a la narración una naturalidad y una fluidez que no agota los recursos del propio tema y que termina construyendo una visión desde dentro, en la que tampoco hay un regodeo en el lamento por el avance de lo civilizatorio. Esto ultimo queda en manos de la imagen, cosa que resulta más que bien. Vayan a ver Arreo, cine mendocino de calidad.
SENCILLEZ Y TEMORES Un muy interesante documental de Ernesto “ Tato” Moreno que acompaña a una familia de gauchos trashumantes de Malargüe, en su trabajo de arrieros de cabras en la cordillera. Y las dudas existenciales de estos seres sencillos y sufridos frente al futuro, y la amenaza del progreso, donde el paisaje rural de altura adquiere significado y pertenencia.
Rústicos arrieros de los Andes El director mendocino Néstor "Tato" Moreno produjo y dirigió este emotivo documental protagonizado por Eliseo Parada, un puestero del sur de la provincia dedicado exclusivamente a la cría de su propio ganado. Como bien expresa en las canciones y décimas de su propia autoría que aparecen en la película, la vida en ese imponente paisaje que Moreno captura con nitidez y buen gusto no es nada fácil. La indiferencia de las autoridades ante los modestos reclamos de esta gente que aún mantiene en pie una larguísima tradición no colabora para mejorar las cosas. Una historia de vida singular, digna de ser contada por la enorme entereza de su protagonista y su evidente resonancia simbólica, relacionada con un modo de entender las cosas que responde a lógicas muy diferentes a las del desarrollo urbano.
Tarea en extinción Tiene sensibilidad para retratar el devenir humano, y una fotografía excepcional de los paisajes. La familia Parada se dedica a la crianza de cabras y ovejas en la zona de Malargüe, en el sur de Mendoza: Eliseo, su mujer Juana y su hijo Facundo son puesteros trashumantes que, de acuerdo a las estaciones, van llevando al ganado a través de cerros y montañas en busca de lugares de pastoreo. La cámara de Néstor ‘Tato’ Moreno los siguió durante un año: el resultado es este bellísimo documental que registra lo que quizá sea un oficio en vías de extinción. Arreo muestra las dos caras de la vida rural: tanto el contacto pleno y gratificante con la Naturaleza como la dureza de las esforzadas tareas cotidianas que el campesino debe enfrentar para salir adelante. “En el campo siempre hay trabajo para hacer”, comenta Eliseo sin quejarse, sólo describiendo su realidad. Porque él ama ser puestero, y vuelca ese amor en las tonadas y décimas que compone sobre su tarea, y que son, a la vez que banda de sonido, un elemento clave de la narración del documental. Increíbles cielos, cerros, ríos y valles, son el magnífico escenario donde transcurre todo, con una belleza captada magistralmente por Moreno. Y los animales -los perros, los caballos, las mulas, además del ganado- son tan protagonistas de la película como los Parada. La tentación de caer en una mirada citadina de idealización de esa vida es grande, pero Arreo no incurre en ese error. Porque debajo del entorno bucólico subyacen conflictos. En los ranchos no hay agua corriente, luz eléctrica, gas ni cloacas, pero nadie menciona esas carencias. En cambio, la tensión entre el campo y la ciudad es palpable. José Abel, uno de los dos hijos de los Parada, se fue a estudiar a Mendoza y es improbable que vuelva más que de visita; en él se resume la actitud de muchos jóvenes que buscan un mejor porvenir. Además, la mayoría de los puesteros no son dueños de las tierras en las que trabajan, y conviven con el fantasma del desalojo. Y el progreso acecha: muchos caminos abiertos por los ganaderos fueron asfaltados y convertidos en rutas. Eliseo resume: “Nos tenemos que hacer a un lado para que pase la ciencia”.
Bella y emotiva pintura del mundo rural Emociona desde el comienzo, con esa majada enorme que aparece de golpe en medio del camino, y no termina nunca de pasar, y esa cabra que se detiene y se pone a mirar a la cámara, entre curiosa y desconfiada. Así empieza este documental y sigue, muy acertadamente, con la parición de los cabritos en la primavera. Que es algo hermoso pero lleva su trabajo, para la madre y para los crianceros. Y ése recién es el comienzo. Se muestra acá la vida y la rutina de don Eliseo Parada, su esposa y su hijo mayor, del departamento Malargüe, ahí en la cordillera, con sus 500 cabras, cuatro perros arrieros, los caballos, la mula y los tres puestos: el de invernada en Bardas Blancas, uno intermedio, y el de veranada, casi a 3.000 metros de altura, donde está el pastito de engorde. Hasta que empiezan las primeras nieves y hay que ir bajando. Cada tanto viene el hijo menor, José Abel, a dar una mano y renovar sus raíces. Es que de chico le tomó el gusto al estudio y ahora es profesor de Historia en la ciudad. Pero también tiene un programa de radio para la gente de campo. La familia sigue unida, más allá de las distancias y la distinta forma de vida. Y la tradición se mantiene, aunque quién sabe hasta cuándo. La Ley de Arraigo tiene sus bemoles, y el creciente tránsito de camiones afecta el de los animales. Mientras se pueda, ellos van a seguir con la vida que aman. Dura, exigida, "primitiva" para algunos, pero hermosa, en plena cordillera, con el aire puro, el cielo inmenso, los balidos constantes de los bichos y las piedras quejándose bajo los cascos del caballo, o las ruedas de una camioneta, porque el progreso también tiene sus cosas buenas, que se van incorporando. Y don Eliseo va cantando, o haciendo versos, mientras trabaja. Coplas, décimas, rancheras que él mismo compone con alegría y orgullo de paisano. Suyos, y de otros dos mendocinos, son los temas que se escuchan. Hermosa película. Quienes aman la vida rural van a estar emocionados casi todo el tiempo. Otros aprenderán a conocerla. Y todos terminarán admirados, porque esa familia es admirable. Lo mismo, el trabajo de Tato Moreno, malargüino que se fue a estudiar a California, trabaja en una cadena televisiva de Florida, y tiene su propia productora de documentales. Éste lo hizo enteramente a pulmón, con un equipo más que reducido, sin pedir subsidio y tomándose sus tiempos, a la manera del recordado maestro Jorge Prelorán: primero cultivó con sinceridad la amistad de la gente, mucho después pidió permiso para traer la cámara, filmó a lo largo de dos años, se tomó otros dos para armar la película, pidió permiso para mostrarla. El resultado es el que vemos. En Mendoza y otros lugares cordilleranos está llenando salas. Para interesados, se recomiendan también otros dos documentales: "De idas y vueltas", del mismo Moreno (niños de una escuelita albergue de Ranquil Norte), y el suizo "Hiver Nomade", de Manuel von Sturler, que sigue a dos pastores cruzando pueblos y carreteras con sus ovejas (lo presentó acá, en 2012, el propio Von Sturler, agregando que en ese momento ya quedaban menos de 40 pastores en toda Suiza).
La región más transparente Es en un texto de Héctor Tizón -un gran escritor subvalorado- llamado Tierras de frontera donde encontramos la siguiente referencia: “Por extraño que parezca, el hombre ha puesto el pie y construido su vivienda en este tenebroso paso (…) Sin embargo, aquí viven y aquí mueren, sin moles ni cuidados, sin saber de nadie y sin que nadie sepa de ellos”. La cita incluida pertenece a un coronel inglés y fue pronunciada hace más de ciento cincuenta años para dar cuenta de la quebrada de Humahuaca. Como se aprecia, se trata de la visión foránea incapaz de comprender un modo de vida diferente a la mirada colonizadora. Estamos en el Siglo XXI y documentales como Arreo demuestran que poco ha cambiado desde entonces en ciertas zonas olvidadas de Argentina y asediadas por economías desarrollistas centralizadas en las grandes urbes. Pecado de omisión. El plano general de apertura de la película es digno de un western. Las cabras van inundando el espacio y tapando progresivamente los claros de un cielo despejado a medida que son arreadas por los hombres. Son “los gauchos de esta tierra”. La belleza de las primeras escenas y de los sonidos potenciados de los animales no disimula el sacrificio, y la repetición como recurso es una manera de hacer sentir el trabajo del campesino, de inscribir su trajín cotidiano. Entre ellos, el protagonista, Eliseo Parada, y su familia. Más allá de los testimonios, el trabajo visual de Néstor Moreno captura momentos del día donde agradecemos los atardeceres y los pasos de las nubes que tanto amamos de John Ford. La geografía imponente como desoladora se planta frente a la cámara para recordarnos la nobleza del género y regalar poesía. No obstante, a diferencia del western, mitología fundacional e imaginario idealizado de un poderoso país en ciernes, Arreo expresa un drama inexorable: el peso de la vida rural y el éxodo a la ciudad ante la falta de recursos y de ayuda de un Estado que hace la vista gorda hacia estas inhóspitas regiones de producción, más preocupado por construir caminos de tránsito turístico que por facilitar la actividad de los puesteros. Es un mérito indiscutible exponer el conflicto, hacer palpable desde las imágenes y las palabras de los lugareños una identidad alejada de las urbes de poder. También recordar el desarrollo desparejo de las ciudades respecto de estos escenarios. Y en este rostro olvidado, la misma noción de familia entra en crisis. Hay una historia particular del mismo Parada en el hecho de ver partir a sus hijos ante la falta de oportunidades y comprobar que hay cuestiones generacionales cuya brecha se abre hacia el abismo. Uno de los hijos declara “nunca pensé en volver”. Está en la ciudad, tiene trabajo y novia. De todos modos, más allá de las decisiones personales, existe un itinerario perverso que conlleva al aislamiento y a la pobreza, y que Moreno hábilmente y con paciencia enuncia, sin necesidad de subrayar: atrás ha quedado la idea de que la naturaleza física era el motor para el desarrollo de una nación donde las ciudades tomaban los recursos regionales. El interior de la choza en la que viven Parada y su mujer es la expresión de una identidad familiar que no se negocia y del amor por la tierra, pero al mismo tiempo un eslabón de la soledad en que están sumidos los habitantes del lugar como consecuencias de magros sueños de neoliberalismo impostado. Las constantes imágenes de desplazamiento, además de materializar el cansancio y el sacrifico de los trabajadores, parecen instalar una idea de tiempo suspendido donde las dificultades estancan un modo de vida que tiende a la extinción si nadie se ocupa de ellos. Al menos, para empezar, está la labor del documentalista.
“Arreo” (Argentina, 2015), ópera prima de Tato Moreno, tuvo un estreno limitado en 2015 en San Rafael, Mendoza, en el que aproximadamente 2200 espectadores, pudieron conocer aquello que finalmente también se podrá ver en Buenos Aires. “Arreo” es la historia, de aquellos, como en algún momento uno de los protagonistas lo dice, que hacen patria diariamente en tareas simples, ancestrales, y que, aparentemente, son olvidadas por el resto de las personas. Esa es la idea principal de un documental que evita lugares comunes y que termina convirtiéndose en la crónica de un núcleo familiar (los Parada), que sobrevive y que realza la tarea del pastoreo trashumante, a pesar de los obstáculos e impedimentos que la misma tarea, y más en el lugar que la realizan, le impone. Malargüe es el escenario, y la cordillera de Los Andes el marco, para construir una historia simple, contemplativa sobre aquellos que diariamente, y a pesar de todo, pueden seguir realizando una tarea que los humaniza y que los completa. La cámara de Moreno se reposa, espera fija a que los hermanos y el ganado pasen, los deja irse, corta luego a otra situación. El afuera inmenso es reflejado por bellísimas imágenes compuestas como cuadros, con una impronta pictórica única en la que la inmensidad es mucho más que aquello en donde ellos no pueden acceder o ir para su tarea. La soledad es uno de los temas presentes, porque en “Arreo” el trabajo que se hace sobre ella es mucho más eficiente, cuando la cámara mira y registra, que cuando los protagonistas participan a partir de diálogos espontáneos sobre la propia concepción que poseen sobre su tarea. Animales, montañas, algunos hombres, todos van pasando por delante del lente y van construyendo el entramado de relaciones que circundan el pastoreo y la difícil tarea de vivir de él. Moreno no juzga, presenta, acompaña, sensibiliza con su cámara al hostil espacio, aguarda la posibilidad, agazapado, de registrar un instante de estos hombres y mujeres que “hacen patria”, pero que también aman, sufren, cantan y se divierten. “El trabajo del puestero, es amar más el camino” dice uno de ellos casi al finalizar el filme, para luego sumar la “humorada” a la misma indicando el difícil lugar que le tocó en la cadena de comercialización y también en la poca paga que reciben. Y aun así, sabiendo de lo efímera y a la vez necesaria de su tarea, hay una impronta que impregna a la película de un aura diferente que nada tiene que ver con cualquier otro filme documental sobre la actividad ganadera. Al contrario, en cada imagen que Moreno registra, en cada tema musical ubicado para reforzar alguna idea, en los silencios, en el encuadre, en la mirada que busca más allá de aquello que mira, justamente, hay una decisión política y artística clara por mantener cierto hermetismo de opinión sobre aquello que muestra. Porque justamente la habilidad de un director, no es sólo filmar y luego editar, todo lo contrario, su principal virtud es la de poder mostrar un momento, trascenderlo, universalizarlo y luego, si es posible, terminar contando el relato más allá de las elecciones estilísticas con las que trabaje. “Arreo” habla de personas y de tareas, de acompañamiento y de soledad, de vida y de muerte, de esfuerzo y de lucha, de un presente alejado y tan cercano a la vez, para poder construir un relato necesario para seguir comprendiendo la vida más allá de las fronteras impuestas y la General Paz.
Invitación a un hermoso viaje pintado con preciosa sensibilidad Hay documentales y documentales en el universo cinematográfico, algunos de los cuales escapan de la media (lo de media no es una intención de adjetivar sino más bien de clasificar) y se permiten un lugar para contar una historia con la intención de reflejar realidades en el aquí y ahora, pero también para ofrecer una mirada personal y unívoca sobre la subjetividad del ser y su circunstancia. “Arreo” puede tener un significado pero seguramente tiene muchas connotaciones. “Tato” Moreno posa su lente sobre un grupo de personas. Habitantes nómades, errantes, gauchos de una región de nuestro país que pasan mucho tiempo en soledad por sierras y montañas de Mendoza. Ese respeto por el tiempo es acaso uno de los mayores logros de “Arreo”, pues sería imposible apreciar la belleza de las imágenes sin ese factor. Me niego a pensar éste estreno como un documental en el mero significado ortodoxo del género porque lo que el director hace aquí, incluso con la distancia que por momentos traza entre la cámara y el paisaje, es pintar con preciosa sensibilidad una aldea lejana a las cercanías de la urbe, y a la vez cercana a las lejanías que presenta la geografía. Así el lugar, el contexto topográfico, se convierte en el verdadero “personaje” de esta película. Se ven las carencias en todo su brillo y también pequeños atisbos de felicidad cuando uno (o los gauchos en este caso) se sabe en su lugar en el mundo. De a poco irán apareciendo historias y hasta pequeños conflictos, pero el texto cinematográfico se aleja de la denuncia facilista o amarilla, es decir evita la zona de confort para plasmar contundentemente la posibilidad de reflexión en un espectador que se verá hipnotizado por la dirección de fotografía y por la música, dos elementos que también juegan su papel a la hora de conectar con las emociones. Sería imposible de realizar una obra de estas características si no se conociese el lugar, su forma, su carácter y su idiosincrasia; pero sobre todo si no hubiese amor incondicional por lo que se está haciendo. Se arrean animales en ese parentesco con el absurdismo planteado por Camus en “El mito de Sísifo”. Sísifo empujaba una piedra eternamente cuesta arriba, sólo para volver abajo y comenzar nuevamente. Algo así sucede con estos animales que le dan sentido a la cotidaneidad de los personajes aquí presentes. Se arrean animales, tanto como el hombre arrea sus defectos, virtudes, miserias y alegrías a lo largo de su vida. “Arreo” es una invitación a transitar caminos por los cuales uno nuca iría. Eso es éste hermoso viaje, y si bien queda el deseo de ver a éste realizador haciendo ficción, la propuesta es (como cantaban Los Piojos) “mirar el paisaje y seguir”
El realizador Tato Moreno y la productora Claudia Gaynor, dupla tanto en la vida afectiva como profesional, han entendido que el triunfo de una película independiente depende tanto del tesón como de la virtud. No sólo desde el arduo y largo proceso en que un film es concebido, sino desde el laborioso acompañamiento en su recorrido por festivales y salas de cine; Moreno-Gaynor han demostrado una fuerza y disciplina pocas veces vistas en el cine local. Más allá del empeño de esta poderosa dupla creativa, en Arreo encontramos una propuesta de gran nobleza cinematográfica, que ha sido reconocida con premios en certámenes internacionales, como el Festival de Cine de Mérida y Yucatán (México) y el Film Festival Della Lessinia (Italia). En tanto que a nivel nacional, ha cosechado triunfos en el Festival Internacional de Cine Documental de Buenos Aires y el Festival Audiovisual Bariloche. Para continuar con la estimulante gira, Moreno próximamente presentará su material en el Chesapeake Film Festival, en Maryland, Estados Unidos. A la importante lista de distinciones y el elogio unánime de la crítica, se suma la buena noticia de que desde hace tres semanas Arreo está entre las diez películas nacionales más vistas en nuestro país, gracias a su contundente performance de taquilla en Cine Universidad. Este jueves, la imperdible película mendocina comenzará su cuarta semana en cartelera en la sala de la Nave Universitaria, donde ya ha convocado a más de dos mil espectadores (ver días y horarios haciendo clic aquí). El film de Tato Moreno cuenta con los dos componentes fundamentales que hacen de un documental una experiencia fascinante: una historia interesante para retratar y una mirada que sobrepasa la intención informativa. Hemos visto cientos de documentales que se conforman con transitar sus temas y personajes desde un abordaje meramente periodístico. Aquí en cambio, desde el primer minuto, queda en claro que estamos frente a un director con buen pulso de cineasta, capaz de sostener a lo largo de hora y media un relato tan minucioso como sensible. Y ese es sin dudas el gran triunfo de esta desafiante gesta, acompañar a una familia de puesteros trashumantes de Malargüe, eludiendo la comodidad del pintoresquismo y abarcando las aristas más diversas de un oficio con futuro incierto. En el centro de esta esta historia está Eliseo Parada, quien a través de la larga travesía que emprende en cada veranada junto a sus compañeros, perros, cabras y ovejas; transmite su genuino amor por el campo. La vida en esos bellísimos parajes del sur de nuestra provincia no es nada sencilla. A la falta de servicios básicos, se suma un largo listado de limitaciones, entre las que se cuentan la desazón que produce la partida de un hijo hacia la ciudad, la falta de apoyo político, y las dificultades de estas familias al no ser propietarias de las tierras en las que arrean. El documental en ningún momento pretende poner a sus protagonistas en el lugar de sujetos entrevistados. El compromiso de Moreno y su equipo de producción va más allá, acompañando la labor de esta familia, captando una serie de reflexiones e instantáneas sin apelar a una puesta artificiosa. Estamos frente el caso de un realizador enamorado de la historia y personajes que retrata. La falta de momentos de interpelación, o de instancias que expongan alguna mezquindad en el mundo de los Parada; podrían inclinar el registro hacia un tono excesivamente paternalista, si no fuera por la decidida mirada de un director, que no descuida la influencia de las tensiones entre el progreso y el ancestral oficio que es eje de esta propuesta. De hecho, los pasajes más logrados de esta película se producen en la amalgama de estas fuerzas contrapuestas, sintetizada en las elocuentes imágenes de estos hombres arreando a cientos de animales sobre una ruta. A nivel visual, las impresionantes vistas del sur mendocino, con sus noches enmarcadas bajo un alucinante techo de estrellas; son de un placer sensorial sin límites. Pero Tato Moreno jamás cae en el regodeo ante tamaña belleza natural. Lo suyo no es el abuso paisajista, sino la conquista de la inmersión del espectador en el todo, el relato y su contexto. Lo mismo sucede con la ultra precisa banda sonora, compuesta por Aballay&Corominas, que logra un ensamble sumamente orgánico con las imágenes, sin apelar al innecesario subrayado emocional. Desde el comienzo hasta el final, las canciones y décimas de Eliseo Parada, son la absoluta esencia de este documental. El realizador abraza la sencillez y sabiduría de las palabras del puestero. Con una atmósfera tan hipnótica como estremecedora, Arreo comparte las convicciones de un puñado de seres que perpetúan su andar, aunque el destino les baraje las cartas más inciertas. Arreo / Argentina / 2015 / 93 minutos / Apta para todo público / Dirección: Tato Moreno / Producción: Claudia Gaynor / Con: Eliseo Parada, Juana María Moyano, José Abel Parada y Facundo Parada.
El nuevo western cuyano No hay historias buenas o malas. Las hay bien contadas o no. Y "Arreo", el documental dirigido por Néstor 'Tato' Moreno, es de aquellas historias que no se olvidan. La película se centra en la vida cotidiana de un puestero de Malargüe -al sur de Mendoza- y su familia: Eliseo Parada, su esposa Juana y sus dos hijos (uno de ellos ya instalado en la rutina de la ciudad). Y lo extraordinario, el gran hallazgo de lenguaje que hace de Arreo un filme sólido y complejo es la elección narrativa de Moreno: el espectador acompaña la travesía de estos montañeses a través de un calendario que arranca en octubre, cuando tienen que llevar a sus más de cuatrocientos chivos rumbo a mejores pasturas en lo alto de la montaña. Allí se instalan a pasar el verano y retornan al rancho con los anuncios de los primeros fríos del otoño. El argumento es simplísimo, la elección narrativa también. Pero la espesura, complejidad e imponencia del filme se apoyan en los nutrientes de la estructura: más sabias decisiones. La estupenda banda sonora, craneada al modo de un western; el montaje y la fotografía, que no sólo electrizan por la belleza formidable del paisaje sino también por la elección de planos, ángulos y panorámicas; el texto de diálogos entre los personajes y la decisión consciente del director de apartarse del relato para que sean los protagonistas y el entorno los que "cuenten". Así es como se narra en paralelo sobre la ausencia del Estado frente a la situación de estos campesinos; el impacto que la ciudad y los avances civilizatorios tienen sobre una actividad heredada por generaciones; la dureza implacable de una vida que transita ligada a la naturaleza más salvaje; los anhelos y las emociones de estos hombres y mujeres habituados a la montaña silenciosa. En estos asuntos es que gana Arreo y se convierte en un verdadero western cuyano contemporáneo, de belleza imponente y emotividad palpable, con su lenguaje fílmico ajustadísimo y claros signos de cine altamente político pero jamás panfletario o evidente. La película -de factura totalmente independiente- viene de un derrotero de distribución que han tomado como propio sus creadores, en el que Claudia Gaynor ha sido pieza esencial, y que le ha permitido circular con altísimo éxito de crítica y comentarios en festivales internacionales de Europa, Latinoamérica y por todo el país. De hecho, acaba de ganar a Mejor Fotografía en el FAB 2016 de Bariloche y viajará este mes al Chesapeake Film Festival, en Maryland (Estados Unidos).