El hombre que camina y no sabemos porqué
Si hay algo que caracteriza la impronta cinematográfica del director Santiago Loza (La invención de la carne, 2008) es la de mantener una coherencia en cuanto a la forma de contar y de mostrar una historia. Uno sabe de entrada que se va a encontrar con un estilo personal y para nada convencional y en Ártico (2008) esa línea es fiel a la poética de su director.
Contar la síntesis argumental de Ártico sería un pecado difícil de perdonar, ya que en la propia historia se encuentra la esencia de la película. Es a raíz de la misma por la que el espectador podrá dejarse llevar y participar de un thriller en el que prima el suspenso provocado por la falta de información de los hechos que acontecen. Personajes y espectador cuentan con la misma data y los puntos de vista no existen.
Un hombre camina mientras una cámara lo sigue por detrás. No sabemos a dónde se dirige, ni que es lo que busca, ni cuáles son sus intenciones. Minutos más tarde entrará en juego un teléfono celular que servirá como nexo comunicacional y que a través de este elemento y de las conversaciones que mantenga con su interlocutor se irá trazando la trama y sembrando las pistas necesarias para que el espectador vaya hilando los sucesos, que nada tienen de complejos.
Es posible que Ártico tenga una serie de paralelismos con Castro (Alejo Moguillansky, 2009) en la idea central. Mientras que en Castro un hombre huía de no sabemos quien, en Ártico un hombre camina y no sabemos a donde. Pero dicha similitud se disuelve en lo conceptual. Si en Castro los personajes estaban en función de una puesta en escena grandilocuente, en Ártico es el minimalismo de la misma la que sirve como nexo funcional de los personajes.
La utilización de una cámara en mano permanente que sigue de manera continua al personaje (gran trabajo de cámara y fotografía de Ivan Fund), planos cerrados, desencuadres constantes, movimientos bruscos y cierto (des)cuidado en la edición final sirven para generar la intriga necesaria que conducirá la historia, otorgándole, así, un tono realista a lo que se nos está mostrando, más allá de cierta artificialidad impuesta adrede.
Santiago Loza demuestra una vez más que es un director capaz de adecuarse a cualquier género y estilo cinematográfico, pero siempre imprimiendo su sello personal. Con una estética minimalista, evitando los clichés del NCA (Nuevo Cine Argentino) y experimentando formas y estilos narrativos, nos trae un thriller diferente, personal y coherente con la obra del gran autor que es.