Poirot regresa en un film sólido y clásico
En 1974 -justo 40 años después de la publicación de la célebre novela de Agatha Christie-, Sidney Lumet dirigió a un elenco pletórico de figuras (Albert Finney como Hercule Poirot, Lauren Bacall, Martin Balsam, Ingrid Bergman, Jacqueline Bisset, Sean Connery, John Gielgud, Anthony Perkins, Vanessa Redgrave, Richard Widmark y Michael York) en la que fue una elogiada transposición a la pantalla grande de esa historia de crimen y misterio a bordo del tren al que hace referencia el título.
Más de cuatro décadas han pasado desde entonces y ahora es Kenneth Branagh quien aparece tanto detrás (fue el realizador) como delante de cámara (como el perspicaz detective belga de bigotes gigantescos) acompañado por otro elenco lleno de estrellas, que incluye a Michelle Pfeiffer, Penélope Cruz, Willem Dafoe, Judi Dench, Johnny Depp y Derek Jacobi, entre otras.
Lo mejor del film tiene que ver con el humor absurdo que aparece en el prólogo ambientado en el Muro de los Lamentos, en Jerusalén. Allí apreciaremos la notable capacidad de deducción (y predicción) del excéntrico protagonista para resolver el caso de un robo con tres religiosos como sospechosos. Cuando todo parece encaminado para un período de vacaciones, sus servicios son nuevamente requeridos y, así, Poirot terminará a bordo del lujoso Expreso de Oriente, donde no sólo convivirá con personajes de lo más exóticos, sino que pronto se topará con el asesinato que -todo un spoiler- también nos adelanta el título.
El irlandés Branagh -que ha dirigido películas tan diversas como las shakespearianas Enrique V, Hamlet y Mucho ruido y pocas nueces, pero también Thor, de Marvel, y La Cenicienta, de Disney- apuesta aquí al clasicismo para moldear una película en la que cada uno de los pasajeros tiene algún motivo como para ser el autor material o el instigador del crimen. Hay en las casi dos horas de relato un amplio despliegue de efectos visuales, una minuciosa reconstrucción de época y mucha panorámica del tren serpenteando entre montañas nevadas.
El problema es que todo ese relato -sólido, correcto- carece de la audacia, el desparpajo y la negrura del arranque, y así lo que podría haber sido una gloriosa recuperación de un género (literario y cinematográfico) ya bastante olvidado termina siendo un producto construido con profesionalismo, pero sin demasiados hallazgos actorales (hay un verdadero festival de acentos exagerados) ni narrativos.