De viaje con un asesino
El prolífico Kenneth Branagh, a quien conocemos por su extensa carrera actoral (la nueva generación lo recordará por su Gilderoy Lockhart en la saga de Harry Potter), tiene también una nada despreciable lista de largometrajes en la que aparece como director y/o productor de films que van desde adaptaciones de obras de Shakespeare a blockbusters supertaquilleros como la primera película del nuevo Thor. Ahora, en esta adaptación de la novela de la no menos prolífica Agatha Christie, Branagh no sólo ocupa la silla del director sino que también le da vida al protagonista de la historia, nada menos que el famoso detective Hércules Poirot.
Como preámbulo, vale aclarar que los que nos contamos entre los admiradores de la obra de Agatha Christie sabemos que su personaje más emblemático, el citado Poirot, es una figura que la autora británica construyó a partir de decenas de novelas y otros tantos cuentos cortos para moldear así el perfil de un investigador tan peculiar y brillante como Philip Marlowe, Charles Auguste Dupin o incluso Sherlock Holmes. Lógicamente todo ese bagaje de antecedentes no puede ser alcanzado por una sola película que, además, cuenta con escasos -por no decir nulos- antecedentes modernos de adaptaciones a gran o mediana escala de la obra de Christie (que consta de casi un centenar de publicaciones) por lo que el desafío de presentarnos a Poirot y, a su vez, hacerle justicia era doblemente difícil. A favor de la película hay que decir que se toma unos buenos minutos iniciales para presentarnos al detective belga en un caso completamente independiente del que será el centro del film. Tal vez exagerando algunos de sus rasgos, que de por sí ya son bastante caricaturescos, y abusando un poco del humor, Branagh logra sentar las bases de lo que vendrá tanto desde su trabajo de director como en la faceta actoral (un buen acento y la captación de los modos refinados propios de Poirot ayudan para su composición cuando, desde el physique du rol, la cosa no se le presentaba como natural). Es decir, los puristas de la vieja escuela de Agatha Christie podremos encontrar detalles que marcar pero desde la minuciosidad propia del lector empedernido, en términos de espectador general la película propone un Poirot “apto para todo público”, lo que no es poco. Después, son casi todos aciertos.
En primer lugar, se mantiene la ambientación de época, clave para el relato y muy aprovechable desde lo estético, cosa que se aprecia en la película desde el vestuario, maquillaje, mobiliario y fotografía (los planos generales de los escenarios nevados verdaderamente no tienen desperdicio). Por lo tanto, tenemos una historia ubicada en los treinta que responde a las más clásicas características del policial británico (otra pequeña crítica para la adaptación en este sentido se basa en un pequeño corrimiento hacia el policial negro, más propio de la escuela norteamericana, donde vemos al protagonista en acción, “metiendo los pies en el fango” en pos de resolver el misterio, cosa que va en contra de las características del género y de las del propio Poirot, célebre por el uso de sus famosas células grises). Al margen del paréntesis, la tarea de Poirot es preeminentemente analítica mientras dedica todo su esfuerzo y talento a descubrir al asesino a bordo del famoso Expreso de Oriente que durante buena parte del siglo XX recorrió prácticamente toda Europa con sus coches que exudaban refinamiento.
Porque resulta que entre el puñado de pasajeros de primera clase del Orient Express viaja el señor Ratchett, afamado criminal que ha estafado a Dios y los santos y que ahora se dedica al “comercio” de obras de arte. Cuando Ratchett aparece asesinado de doce puñaladas en la tormentosa mañana en que el tren queda atascado en la nieve en medio de la nada, una peculiar historia del pasado de este finado criminal sale a la luz involucrando a casi todos los presentes a bordo. En ese contexto de espacio cerrado, el oficial al mando del tren acudirá al único hombre que es capaz de resolver un crimen en el que todos son sospechosos: Hércules Poirot.
Como suele ocurrir con las adaptaciones de las novelas policiales, no hay tiempo suficiente para ofrecer un perfil individual de cada uno de los sospechosos desde un punto de análisis sentimental o de carácter, lo que enriquecería todavía más a ese juego especulativo que protagoniza el espectador en su propia búsqueda del asesino. Sin embargo, la película resuelve esto de gran manera y esta se basa, como no podía ser de otra forma, en el libro. Una serie de entrevistas particulares sostenidas por Poirot con cada uno de los sospechosos nos pone al tanto de los posibles motivos que cada uno tenía para asesinar y de las circunstancias fácticas que los rodeaban a la hora del crimen. Listo. Problema resuelto. El resto queda librado a la intuición y a las sospechas de cada uno que, desde ese plano intangible que tiene que ver con los sentimientos, se ven sustentadas por el fácil reconocimiento de los personajes a partir del célebre elenco de la película que cuenta, entre otros, con las presencias de Johnny Depp, Josh Gad, Michelle Pfeiffer, Willem Dafoe, Daisy Ridley, Judi Dench y Penélope Cruz.
Misterio, muerte, intriga, venganza, sorpresa. Todos estos elementos dicen presente mientras el detective más célebre del mundo se enfrenta a uno de los casos más difíciles de su carrera. Un caso que, incluso, logrará desafiar su creencia más arraigada, la que siempre lo llevó a analizar todo como blanco o negro, bueno o malo, en un extremo o en el otro, pero nunca en el medio.