Estamos en épocas de franquicias en el siglo XXI. No olvidemos esto. Sucede que cuando a la gran industria se le ocurre revivir algo enterrado en el pasado hace bastante tiempo y con mucha plata de por medio es imposible no pensar en lo que se viene a continuación, incluso antes de ver el relanzamiento.
Por cierto, no es que estaba olvidada. Es más, tal vez estemos ante una de las autoras de novelas más adaptadas al formato audiovisual en forma casi ininterrumpida desde 1927. Entonces…Alguien se “recontra” acordó de Agatha Christie y de su riqueza narrativa en el género policial para ver si hay posibilidad de negocio. De hecho, mientras escribimos esto Ben Affleck anda dirigiendo una nueva versión de “Testigo de cargo” (sí, aquella que en 1957 protagonizaron Tyrone Power y Marlene Dietrich a la orden de Billy Wilder)
Evidentemente los casos policiales han sido, y son, de gran interés general por parte de cualquier transeúnte que haya tenido un diario en sus manos, y por consiguiente, la investigación de un crimen continúa siendo al día de hoy (lamentablemente) un foco de interés general que enfrenta el bien y el mal como baluarte de los dilemas morales de la humanidad. Desde la existencia del medio gráfico cada uno de los autores históricos del género ha elegido un personaje estandarte a lo largo de los años. Alguien que nos hiciese sentir el enorme peso de no darnos cuenta de lo evidente. Un detective astuto, sagaz, con gran poder de deducción a partir de la simpleza de sus preguntas, pero sobre todo, alguien con su versión a rajatabla de lo que está bien o mal, pese a tener una vida sórdida o amparada en cierto glamour otorgado por una posición social que le dio fama.
Entre los más reconocidos (nacidos antes del siglo XX) sabemos que Raymond Chandler creó a Philip Marlowe, Arthur Conan Doyle a Sherlock Holmes y la buena de Agatha se despachó con Hercules Poirot. Quién no recuerda entrar en la casa de cualquier persona y ver en la biblioteca un par de esos libros de lomo blanco de la editorial Molino, cuyo tamaño no era mayor al de un VHS. Hubo muchos escritores de policiales sí, pero popular como ella, nadie.
Como sea, el detective belga, hombre tan excéntrico como estrafalario, fanático del equilibrio en todo sentido, vuelve al ruedo en el cuerpo y la dirección de Kenneth Branagh, a quien se suma un elenco de lujo: Michelle Pfeiffer, Johnny Depp, Judy Dench, Wilem Dafoe, Penélope Cruz y una larga lista. ¿Comparamos con la de 1974? Albert Finney, Lauren Bacall, Martin Balsam, Ingrid Bergman, Sean Connery… dirgía Sidney Lumet. Y sí… las comparaciones son odiosas.
Uno preguntaría, ¿por qué alguien como el responsable de varias adaptaciones de William Shakespeare se pondría a dirigir este estreno sabiendo quienes actuaron antes? Bueno, considerando que se animó a hacerse cargo de la primera de Thor para Marvel Studios, (cierto, todavía se contaba un conflicto trágico entre dioses escandinavos), no debería sorprender mucho. Eso sí: en la forma de las tres o cuatro líneas de diálogo iniciales de esta producción se vislumbra el deseo de seguir adelante con el resto de las adaptaciones.
En todo caso una mejor pregunta es: ¿Por qué esta novela en particular y no otra de esta misma escritora? Una posible respuesta es: todo esto ocurre en un lugar del cual nadie puede escapar físicamente.
“Asesinato en el Expreso de Oriente” está deliberadamente dividida en dos partes, y a su vez subdividida en dos más. La primera es hasta el abordaje al famoso expreso. La segunda es el viaje, no sin antes presentar al espectador al personaje central dirimiendo una cuestión aparentemente religiosa en la geografía del Muro de los Lamentos. Parece la introducción de un chiste: “un rabino, un católico y un musulmán se encuentran en…” sin embargo, es la autoridad policial la que está en tela de juicio. La sub-división de esta primera parte reside en los momentos previos a la partida del tren que va de Estambul Londres. Varios personajes irán subiendo a sus ubicaciones, cada uno con su particular característica, y en este sentido también habrá un cambio estético que irá de una reconstrucción de época notable en la ciudad de origen, a otra más inhóspita inmersa en la nieve montañosa. Literalmente la locomotora se detiene por un alud y con ella también se detiene el ritmo del relato. Comienza la segunda parte.
En los fastuosos camarotes y vagones de ese tren los personajes se van cruzando mutuamente, sin que el espectador pueda sentir más empatía por uno que por otro. De nuevo… el balance. Alguien es asesinado, pero para molestia del culpable la avalancha sigue impidiendo el paso del ferrocarril, y en ese estatismo el gran detective deberá descubrir quién fue el culpable del crimen.
Es de destacar que Kenneth Branagh se pone al hombro toda la estética y la impronta del libro original y logra, con los elementos básicos del género, el clima necesario para que el espectador tenga tiempo de juzgar a cada posible sospechoso. También es cierto que abocarse en profundidad a eso conspira contra el ritmo narrativo, pero el policial negro es así de complejo a veces. Cuando empezamos a descubrir que quien crece aquí no es el caso, sino el investigador, el texto cinematográfico irrumpe en forma morbosa pues el detective (o sea nosotros) que no acepta “grises”, empieza a entender que el bien y el mal tienen un punto de conexión tan espantoso que dependen de una cuestionable postura subjetiva.
Es en este aspecto en el cual el director llega al quid de la cuestión, porque en el sentido estético a esta altura algunas costuras se notan demasiado para lo que estamos acostumbrados. Por suerte el guión prevalece en su esencia. ¿Quiere una muestra? Poirot mide los dos huevos que le han traído como desayuno. Son tan distintos como el bien y el mal y sin embargo forman parte de la misma comida. Una metáfora clara del universo moral del detective: ¿Alguno de los dos cumple totalmente con el deseo de desayunar?