Asesinato en el Expreso Oriente (Murder on the Orient Express) es, quizás junto con Eran Diez Indiecitos (And there were none), la novela más recordada de Agatha Christie, con el agregado de haber sido sin dudas la más exitosa también en la pantalla grande. El responsable de la primer película fue ni más ni menos que Sidney Lumet, quien se encargó de dirigir al gran Albert Finney en la piel del célebre detective, Hercule Poirot, allá por 1974. Cuarenta y tres años después, es ahora Kenneth Branagh quien decide readaptar la historia, en un doble rol como director y protagonista a la vez. Una apuesta fuerte e interesante que promete, desde su escena inicial, un moderno aproximamiento al personaje y alguna que otra situación humorística al servicio de lo lúdico de los textos de Christie. La promesa de la primer escena, sin embargo, se diluye en un cambio de tono abrupto que afecta al relato, que se pierde en la solemnidad y lo melodramático a medida que avanza el caso principal que hace al título de la película.
Al igual que en su anterior versión y el libro que le sirve de fuente, El Expreso Oriente es un tren de larga distancia plagado de figuras coloridas que, aún sin que haya sucedido hasta casi la mitad ningún asesinato, ya tienen caras de sospechosas. Cuando efectivamente el asesinato del dueño del tren (Johnny Depp) sucede, la estructura clásica del whodunit (subgénero del suspenso que se traduce en algo así como “quién lo hizo”) comienza a desplegar su teleraña. ¿Quién pudo haber asesinado con tanta saña al infame personaje que reinaba en el tren? ¿Qué motivo hay detrás de tamaño crimen? Si el film de Branagh se parece a una partida del juego de mesa Clue, es porque toda la obra de Christie en verdad lo parece, y adaptarla correctamente es respetar sus misterios, aún cuando las piezas encajan antes de lo esperado (el desenlace, en tiempos posmodernos, sin duda no resulta tan sorprendente como cuando fue ideado).
El director apuesta a la espectacularidad de lo visual con un estilo clásico que nunca se vuelve tedioso, aunque sí redunda en el preciosismo de las imágenes que están en pantalla sólo porque “se ven bien”. Ejemplo de ello son los múltiples planos del tren viajando a través de la nieve, que aunque se agotan rápidamente siguen emergiendo hasta el final de la película, pasado hace tiempo el punto en el cual ya no cuentan nada. No cabe duda que los actores se divierten con sus personajes, pero la exageración bordea por momentos el ridículo, casi tanto como el bigote magnificado de su protagonista.
Asesinato en el Expreso Oriente es un film entretenido que se sostiene gracias a un ensamble actoral magnífico (algo que ya sucedía también en la original), pero no agrega demasiado a la obra de Agatha Christie en la pantalla grande. El misterio que queda flotando, de todos modos, es si se hubiera podido hacer de otra manera. La primer escena, al menos por un momento, parece indicar que sí.