El regreso de los pioneros de la posverdad
Cualquiera que tenga encima una mínima lectura sobre los horrores de nuestro terrorismo de estado, reconocerá en Asesino: Misión Venganza todas las torturas que utilizan los personajes, como, por nombrar una, el submarino. Michael Cuesta pone en el lugar del héroe a varios torturadores de la CIA, entre ellos a Mitch Rapp (Dylan O’Brien), un tipo que luego de perder a su novia en un atentado, dedicará su vida a perseguir malos árabes barbudos. Porque acá no hay lugar para hipsterismos, la barba es del diablo; por ello, cuando Rapp se afeite después de un largo tiempo, su jefa de la CIA le dirá “así te ves mejor”.
El mecanismo es simple y obedece a la dinámica del cine clásico del macartismo o al de acción antiruso de los años 80. Claro que con renovados enemigos y con la particularidad de que no es sólo cine de propaganda de la política exterior americana sino también israelí. Porque más allá de que el antagonista sea del propio riñón, los verdaderos chicos malos son los iraníes. La tergiversación de la realidad presente en la película responde a los procesos discursivos de la derecha actual de la era Trump, también visible en nuestro reciente experimento derechista nacional: si nosotros tenemos armas nucleares, diremos que los que las tienen son nuestros enemigos. La mentira y la tergiversación como dogma y plataforma.
Asesino: Misión venganza está basada en una de las novelas del prolífico –y finado- Vince Flynn; creador del personaje Mitch Rapp. Aunque, según dicen los que la leyeron, no es del todo fiel. No podemos aseverarlo pero sí podemos decir que esa supuesta falta de respeto al libro original es coherente con cierto desenfado que propone Cuesta. Pero más allá de que la premisa y el desarrollo consigan elevados grados de una casi siempre bienvenida ridiculez, no deberíamos confundir esa mínima desfachatez con la del cine clase B, dado que estamos ante una película de más de treinta millones; chica al lado de las súper producciones pero lejana también del cine de bajo presupuesto.
Las referencias cercanas más visibles son, sin dudas, las que la emparentan con la saga de Bourne; aunque no vemos acá ni la complejidad ni la potencia narrativa de aquellas. El aprovechamiento por parte de las fuerzas de seguridad del odio de una víctima recuerda a la utilización que hacía el personaje de Joe Pantoliano del de Guy Pierce en Memento (2000). Y la pobre utilización del CGI en el climax la ubica cerca de las trasheadas lúdicas de parte del cine fantástico contemporáneo. Por desgracia, ni la gravitación de Michael Keaton logra que este producto subnormal, cuota de pantalla de la CIA y el Mossad, resulte, al menos, simpático.