Todo al servicio de un superagente.
Típico producto serial made in Hollywood, Asesino: Misión venganza no es otra cosa que el último exponente del subgénero de superagentes secretos surgido y consolidado tras el éxito arrollador de la saga que comenzó con Identidad desconocida (Bourne Identity, 2002), que convirtió a Jason Bourne en el personaje más emblemático y que mejor supo leer desde la ficción la paranoia geopolítica del mundo post 11/9. Aunque por supuesto este nuevo avatar no tiene ni su profundidad ni su precisión narrativa, ni consigue constituirse como lectura inteligente de esa realidad de la que es deudora y a la que busca representar a través de los usos y costumbres de la tradición más reciente del thriller político, aquel que tiene su territorio delimitado en la encrucijada de la intriga internacional y el cine de superacción.
La principal diferencia, fundamental, entre Asesino: Misión venganza y su inocultable referencia, es que aquí en realidad el escenario dentro del cual la acción tiene lugar no importa demasiado. El único objetivo de la película es desarrollar el personaje de Mitch Rapp, el protagonista, para convertirlo en marca. Acá no hay una intriga real ni un fondo que sostenga el relato, sino la intención manifiesta de poner la acción al servicio del personaje. Es decir que este no funciona como un engranaje dentro del sistema narrativo, sino que se ubica en su centro mismo y todo el resto solo tiene lugar porque es funcional para justificar su existencia. La de un chico que se vuelve cazador autodidacta y cuentapropista de células terroristas para vengar el asesinato de su novia, ocurrido durante una masacre perpetrada por yihadistas en una playa paradisíaca ubicada en la galaxia All Inclusive del universo ABC1. Pero antes de conseguirlo será reclutado por la CIA para sumarse a un escuadrón antiterrorista de elite liderado por Michael Keaton, quien haciendo lo suyo con los ojos cerrados consigue ser lo mejor de la película. Es decir, como siempre.
Otra diferencia importante es que la lectura de la realidad que la película realiza es por completo unidimensional. Si en la saga Bourne la complejidad del entramado hace casi imposible saber dónde se encuentra el límite entre el bien y el mal o de cuál de estos hemisferios se ubican los personajes, haciendo que todos ellos sean marionetas dentro de una gran conspiración mundial, Asesino: Misión venganza reduce todo a la división binaria de buenos y malos. De ahí a justificar cualquier cosa, tanto desde lo ético como desde lo estético, hay un solo paso. Si la película dirigida por Michael Cuesta consigue articular un mérito es el de cumplir con la promesa de escenas de acción digna (aunque rutinariamente) coreografiadas. Y de no apartarse nunca de su objetivo de crear un héroe éticamente cuestionable, aunque sin el carisma de otros de su misma estirpe. Acá no hay ni un Clint Eastwood ni un Charles Bronson ni una historia con una mínima complejidad que lo apuntale. Cine reaccionario del montón.