Estúpido, caótico y angloparlante
En la catarata de estrenos que supone los primeros meses del año, despertando del letargo a la cartelera anoréxica de noviembre/diciembre, el ejercicio de la crítica cinematográfica cobra un peso mayor. Es ella la que tiene que distinguir, entre la variada oferta, cuáles son las películas clave (y las malas películas clave) y cuáles las irrelevantes o las sobrevaluadas. Es decir, separar la (mucha) paja del (poco) trigo. A juzgar por la primera escena de Asesino Ninja, podríamos estar ante la presencia de un digno exponente de la segunda categoría (un generoso y delirante montón de trigo, sazonado a gusto con digital salsa rojo sangre): una reunión yakuza es interrumpida por el ataque de una sombra, que deviene en una masacre digna del Takashi Miike más desatado (el de Ichii the Killer), en la que cada uno de los mafiosos y sus mujeres son eliminados de forma implacable y con evidente espíritu gore.
La sombra es, a esta altura no hace falta aclararlo, un ninja, integrante de un clan de mercenarios que secuestra a niños y los entrena en el arte del combate ninja y en técnicas sobrenaturales como la invisibilidad. Una agente del Europol sigue una pista de dinero que la conduce directamente a este clan, que, descubre, estuvo detrás de muchos asesinatos políticos recientes. Su investigación la convierte en el nuevo objetivo del clan, pero un ninja renegado (Raizo) en busca de venganza decide protegerla. Las batallas se suceden una detrás de otra, todas estructuradas desde el montaje fragmentado y el exceso de CGI (¡sangre digital!, ¿hasta cuándo?), generando el ya usual efecto anestésico típico de la (mala) combinación y el uso gratuito de ambos recursos. Porque a lo que apunta Asesino Ninja es a una construcción de las escenas de batalla “impresionista”: su efecto radica en el impacto de golpes de montaje, de planos muy breves ensamblados con violencia, sin respeto de continuidad y con el sólo objetivo de crear movimiento donde no lo hay, en oposición a las secuencias “expresionistas”, típicas del cine oriental en general y del cine de acción japonés y hongkonés que Asesino Ninja intenta homenajear en particular. Este tipo de secuencias privilegian la composición y el movimiento dentro del plano, que, en los mejores casos, se vuelven auténticos estudios de movimiento, pero fundamentalmente poseen una cualidad carnal del que el estilo impresionista tan usual en el cine de acción estadounidense carece. En el estilo impresionista los golpes no duelen, el montaje acelerado no permite generar empatía con lo que sucede ni asombro frente a la destreza física de los protagonistas, dos elementos cruciales en el cine de artes marciales tradicional. Comparar sino Asesino Ninja con cualquier película de Bruce Lee, o, para no hacer trampa, de nuestro contemporáneo Tony Jaa.
El uso poco imaginativo de los efectos especiales digitales contribuye a intensificar el efecto caótico e hiperbólico de la muy pobre puesta en escena de las batallas, que parece una mezcla entre la estética troglodita y millonaria de Michael Bay y la falta de tensión dramática de las escenas de acción de las dos últimas entregas de la saga Matrix de los hermanos Wachowski, productores de Asesino Ninja.
La falta de imaginación de la puesta en escena se contagia también a los diferentes rubros. El argumento es esquemático y previsible, pero así lo fue siempre en el cine de artes marciales. La vendetta de Raizo nos es explicada a través de extensos flashbacks que muestran la implacable educación del joven, marcada por los abusos físicos y los aforismos subnormales que pronuncia el sádico sensei. Es preocupante el uso cada vez más frecuente y repetido de los flashbacks explicativos en el cine hollywoodense (y no tanto, ver Cena de amigos, estrenada la semana pasada), probablemente debido a la incapacidad narrativa de muchos directores (en este caso James McTeigue, el de la superior V de venganza) o a la falsa concepción de que el espectador contemporáneo no tolera la linealidad narrativa clásica.
Y si Asesino Ninja no logra homenajear formalmente al mejor cine de artes marciales (ni siquiera desde el idioma: aún si están en Berlín o en Japón, todos hablan en inglés), tampoco tiene el encanto berreta del cine ninja ochentoso inaugurado por Enter the Ninja, del cual McTeigue toma a su protagonista Shô Kosugi para ponerlo en el desafortunado e insoportable papel de sensei. Todo en Asesino Ninja huele a millones desperdiciados y a seriedad impostada, entre toda la fría perfección técnica no hay lugar para que se cuele lo imprevisible, lo maravilloso. En última instancia, aunque no suceda en Estados Unidos y ninguno de los personajes sea expresamente norteamericano, esta película es un reflejo perfecto del mundo en la hegemonía yanqui: estúpido, caótico y angloparlante.