“Killer” a sueldo, pero de buen corazón
La película dirigida por el desconocido Gary McKendry convierte una historia real, digna de Graham Greene o de Ripley, en “una de Jason Statham”. Esto es: el mínimo indispensable de intriga y el máximo posible de corridas, tiros y patadas.
Detrás de esta película de acción hay una historia fascinante. La de Sir Ranulph Twisleton-Wykeham-Fiennes, aristócrata fierrero y aventurero, primo de los actores Ralph y Joseph Fiennes y pariente de la familia real. Antes de cruzar la Antártida a pie y subir al Everest a los 65, en los años ’70 este oficial de las fuerzas especiales de Su Majestad –que estuvo a punto de ser Bond, antes de que Roger Moore remplazara a Sean Connery– combatió, durante la llamada “rebelión del Dhofar”, al servicio del sultán de Omán. Su libro The Feather Men, en el que se basa esta película, devela la existencia de un grupo paramilitar que en aquellos años emprendió, con la venia de los servicios secretos británicos, una serie de acciones encubiertas. Grupo del que Twisleton-Wykeham-Fiennes era miembro, obviously.
Obvio es también que Asesinos de elite convierte esa historia –digna de Graham Greene o de Ripley– en “una de Jason Statham”. Esto es: el mínimo indispensable de intriga, el máximo posible de corridas y patadas. Lo cual no quiere decir que sea mala. Sólo que –como de costumbre, cada vez que aparece el cartelito “basada en una historia real”– tiene poco que ver con el material en que se basa. Conviene dar entonces a Sir Ranulph el lugar que la película le otorga (el de un tipito al que sobre el final el protagonista está a punto de mandar al otro mundo) y tomar a Asesinos de elite como viene. No viene mal, más allá de algunas “licencias” que más abajo se detallan, y ante las cuales no queda otra que hacer la vista gorda. Siempre con el rostro tan sufrido como el de Mariano Pavone, Statham es aquí Danny Brice, ex miembro de una organización de asesinos a sueldo. Arrepentido y retirado, Danny debe volver a la acción, cuando se entera de que su fiel amigo y mentor, el veterano Hunter (De Niro, luciendo por primera vez los casi 70 que tiene), ha sido tomado prisionero por un sheik de Omán.
Para lavar su imagen antes de morir, el agonizante sheik necesita vengar la muerte de tres de sus cuatro hijos. Responsables de esa muerte fueron, años atrás, miembros del temible Secret Air Service británico, a quienes ahora Brice deberá emboscar, cazar y ajusticiar, como modo de comprar la libertad de su amigo. Influida tal vez por la época en que transcurre (fines de los ’70), Asesinos de elite tiene un aire old fashioned que le sienta bien. Es verdad que las escenas de acción están narradas con el estilo (planos cortos, mucho corte, escasa perspectiva) que la generación post MTV reclama. Es verdad también que la pintura que la película hace de su héroe roza el ridículo. Brice no sólo es un asesino a sueldo que tras haber dejado huérfano a un chico juró no matar nunca más a nadie, sino que además está enamoradísimo de una rubia preciosa que lo espera en la granja. Y encima se da el lujo de desechar –no se sabe en aras de qué moral– un botín de seis millones de dólares. A pesar de todo ello (y eso que es una larga lista de objeciones), la película dirigida por el desconocido Gary McKendry es tan seca, antiglamorosa y poco espectacular como podía serlo la serie Los profesionales, a cuyos actores con pinta de tipos comunes los secundarios de ésta recuerdan, indefectiblemente.