Intensa, disparatada… ¡entretenida!
Con su despliegue de protagonistas que hacen del profesionalismo un estilo de vida, Asesinos de elite se disfruta sin culpas.
Ver Asesinos de elite es en ciertos aspectos como ver una secuela (o incluso una temprana reversión) de Munich, que a su vez buscaba desde algunos aspectos genéricos recuperar la particular energía que poseían los thrillers paranoicos de los setenta.
Pero también puede ser como ver una nueva entrega de la saga Bourne, con varios espías y asesinos entrenados combatiendo (y combatiéndose) a favor de diversas agencias, revoleando patadas por doquier, yendo de un lado al otro del globo, en un juego de máscaras permanente.
O como una especie de coda de Agente internacional, aquel thriller con Clive Owen que exploraba en los manejos financieros mezclados con el asesinato sistemático liso y llano por parte de una corporación bancaria, sólo que aquí lo que entra en juego es un producto muy en boga en los ochenta: el petróleo, futuro causal económico de todos los conflictos en Medio Oriente.
Con su despliegue de protagonistas que hacen del profesionalismo un estilo de vida, más una historia de amor grasa, donde el personaje femenino no sale del estereotipo –aunque no molesta, y hasta se puede intuir su importancia dentro del esquema de vida masculino-, Asesinos de elite hace recordar asimismo a una típica película de Michael Mann: algo así como Miami Vice situada en Medio Oriente y diversas partes de Europa en vez de Miami y Latinoamérica.
En cuanto a la presencia de Robert De Niro, se remite inmediatamente a Ronin, aquel filme de acción y espionaje de John Frankenheimer, repleto de mercenarios sin bandera, veteranos de muchas guerras, con la melancolía de no tener más un propósito que los anime más que el dinero.
Y, obviamente, Asesinos de elite es además una de Jason Statham, o incluso simplemente “una de Statham”, de la misma forma que uno dice “una de Stallone”, “una de Szchuarzeneger (así, mal pronunciado y escrito)” o “una de Van Damme”. Pero eso sí, con un trailer engañoso, que promete muchísima acción pero luego se entrega a un relato tan pausado como fluido.
La cinta de Gary McKendry es un montón de películas a la vez, lo cual, por suerte, no termina implicando que no sea ninguna. Es como esos decentes jugadores de fútbol polifuncionales, que puede desempeñarse en varios puestos a la vez, sin lucir un montón, sin grandes destellos de calidad, pero cumpliendo con su papel, sin equivocarse y aportando para el equipo. Tosca pero rendidora, Asesinos de elite se disfruta sin culpas, como esos partidos que no están espléndidamente jugados, pero mantienen un ritmo que los hace apasionantes.