Nacho (Leonardo Sbaraglia) maneja una productora que está por realizar una ambiciosa serie con Natalia Oreiro (la estrella tiene un par de participaciones vía Zoom). Además, desde hace 24 años está casado con Lucía (Julieta Díaz), una fotógrafa que es dueña de un coqueto restaurante. Ambos parecen tenerlo todo: una mansión con piscina, un lujoso auto descapotable, un yate y, más importante aún, una inteligente hija adolescente. Pero, a poco que se escarba en esa reluciente superficie, empiezan a aflorar secretos y mentiras, rutinas y desprecios, frustraciones y resentimientos,
Desde el principio sabemos que Lucía y su hija Camila (Sofía Zaga Masri) tienen en una etapa muy avanzada un proyecto conjunto, pero Lucía no encuentra el momento, la manera o directamente no se anima a decírselo a Nacho. La última oportunidad será a bordo del imponente barco que él ha comprado durante un viaje que compartirán con un amigo de él, Ramiro (Marco Antonio Caponi), y su joven novia Cleo (Zoe Hochbaum).
Tras ese prólogo, la película se desarrolla a bordo del yate (las escenas diurnas en cubierta son reales y las restantes fueron recreadas en estudios) y describen el progresivo proceso de descomposición de la pareja a medida que esas mentiras van aflorando casi siempre de la peor manera.
Lo que en principio aparecía como una comedia matrimonial leve y hasta con vuelcos cómicos se transforma con el correr de la poco más de hora y media de relato en algo bastante más enfermizo y opresivo. El problema es que ese vuelco resulta por momentos algo torpe, ya que la película trabaja conflictos bastante elementales y previsibles sobre la crisis afectiva y profesional en la madurez.
En ese sentido, dos muy buenos intérpretes como Sbaraglia y Díaz sacan a relucir todo su profesionalismo para sobrellevar personajes sin demasiadas matices (él, un workaholic muy negador y con rasgos machistas; ella, una mujer frustrada que busca algún atajo para salir de la encerrona del matrimonio) en un film que apela además a simbolismos, alegorías y paralelismos bastante obvios (problemas mecánicos, una inminente tormenta, un posible naufragio). A nivel formal, Luciano Podcaminsky y su director de fotografía Nicolás Trovato apelan a una estética demasiado fría en la que proliferan las tomas aéreas con drones y una supuesta sofisticación que parece más propia de un comercial de tarjeta de crédito que de un drama íntimo como el que aquí se narra.