Con mi balsa yo me iré a naufragar.
El relato tiene dos puntos fuertes que hacen de la película un producto atractivo: por un lado, una premisa simple: una pareja en crisis que, queriendo desandar sus desencuentros, termina avivando el fuego para su propia inmolación. Por el otro, unas actuaciones virtuosas, sobre las que reposa gran parte del efecto dramático.
Uno de los puntos interesantes de la premisa es la simetría en la construcción del conflicto: Lucía confiesa haber tomado la decisión de viajar a Europa (y de llevarse a su hija en ese viaje), sin haber consultado a Nacho. Ha dilatado la conversación sobre el tema hasta que el evento es inminente, catastrófico. Por su parte, Nacho, ha hipotecado unos capitales de la pareja en una producción televisiva, que se viene a pique, debido a la ausencia de la estrella principal que se pensaba convocar (Natalia Oreiro). Y, como su mujer, lo confiesa cuando todo ya está perdido, demasiado tarde para cualquier tipo de resarcimiento. Ambas decisiones tienen, además, la particularidad de haber sido tomadas individualmente, sin consultar al otro, que queda indefectiblemente dañado por las consecuencias, y cuyos beneficios hipotéticos que se habían proyectado, sólo beneficiaban individualmente a cada uno, no a la pareja. En otras palabras, lo que el conflicto tematiza es la ausencia de un proyecto, y –lo que empeora la ausencia- lo tardío de su enunciación.
Dos elementos empañan esta premisa de inicio: por una parte, los personajes secundarios; por otra, la contextualización narrativa.
En cuanto a lo primero, la pareja de amigos que acompañan a Nacho y a Lucía no desempeñan una función narrativa precisa, ni sus caracterizaciones son especialmente atractivas, como para justificar el recurso. Y de hecho, su presencia en la trama consigue únicamente distraer al espectador del centro de gravedad que es el matrimonio y su crisis interna, probablemente porque esta pareja de amigos ni siquiera tiene un conflicto propio que explotar.
En cuanto a la contextualización del conflicto en el velero, anunciaba una buena decisión, sin embargo, el recurso termina decepcionando -en gran parte- por la literalidad de la metáfora (a la tempestad que amenaza a la pareja le corresponde la tempestad que ataca a la embarcación), y, sobre todo, porque el acontecimiento de la tormenta desvía el centro dramático presupuesto. En este sentido, el relato habría ganado más dramatismo, si se hubiese animado a desarrollar el paroxismo tempestuoso en un nivel psicológico.