ESCENAS DE LA VIDA CONYUGAL EN ALTAMAR
Así como Homero Simpson decía que le gustaban “la cerveza fría, la tele fuerte y los homosexuales locas, locas”, a buena parte del cine nacional le gustan “los burgueses malos, malos”. Malos, horribles, desaprensivos, desamorados, frustrados, que ni coger pueden. Es verdad que se trata de un diseño que excede a la cinematografía argentina y se replica en el mundo, como una suerte de relectura actual de lo que expresaba el cine de los 60’s y 70’s, que era una forma de respuesta a un prototipo de sociedad conservadora de la post-guerra. Claro que aquel cine también ejecutaba su discurso como contracara -incluso- de un cine adocenado e industrial, lo que repercutía en aspectos formales y en los modos de representación. Hoy, por el contrario, ese cine que pretende discutir un status quo social lo hace con las formas del discurso imperante, publicitario. Contradicción que no tiene una segunda lectura irónica, sino que se corresponde con métodos de producción que no son otros que los de la sección más aburguesada de la industria cinematográfica.
Asfixiados, de Luciano Podcaminsky, es una ejemplo de este cine. Una propuesta estilizada, en la que sobresale mucho más el diseño de producción que aquello que tiene para decir. Por lo tanto, el ruido, la tensión, la rugosidad de un texto repleto de maltratos y padecimientos entre una pareja de alta sociedad -él productor de cine y series, ella frustrada artista que tiene un restaurante de alta cocina-, se pierde en la incertidumbre de una película que busca incomodar pero termina acomodándose en las formas de un relato pseudo-mainstream que encapsula sus temas y conflictos en estructuras reconocibles para el espectador, cercanas a un psicodrama de esos que suelen estar inspirados en obras de teatro.
El mundo montado en Asfixiados es tan irreal y artificial, que no hay un verdadero riesgo para el espectador puesto que no lo interpela. Por el contrario, lo deja en el cómodo lugar del que mira la desintegración del otro, en este caso el matrimonio que interpretan Leonardo Sbaraglia y Julieta Díaz. Si por un rato la película funciona, en esa escalada de maltratos solapados con algo de humor mordaz, es porque Sbaraglia y Díaz tienen oficio, y porque el espacio (el yate es una figura recurrente en muchas películas) aporta una fricción que promete siempre la cercanía del thriller. Podcaminsky juega con esa tensión, y con otras de carácter sexual, pero la apuesta se le va en la sugerencia y en una concreción que no llega. Así, la película se va disgregando y abrazándose a una serie de metáforas y simbolismos que vuelven el último acto un poco bochornoso, en el que incluso las actuaciones -hasta ese momento bastante sólidas- comienzan a hacer ruido. Asfixiados apuesta por un crescendo que respalde la elección del título, pero redunda en un agotamiento de la fórmula elegida. No quiero decir, dado el marco, que naufraga a la deriva, pero un poco es así.