Movimientos bajo tierra.
Como en El Exorcista, Así en la Tierra, como en el Infierno se inicia en el oriente y concluye en el occidente. En un muy buen comienzo, Scarlett, una arqueóloga inquieta y temeraria, se introduce en unas cuevas iraníes a punto de ser dinamitadas. El objetivo de su visita subterránea es, como siempre, académico: en pocas palabras se trata de registrar con su cámara algunas escrituras valiosas por última vez. Sin embargo, además de lo que esperaba hallar, la joven queda sorprendida ante una gigantesca figura que contiene tallada en su superficie las pistas para descubrir el paradero de, ni más ni menos, la piedra filosofal (aquella que transforma cualquier metal en oro y que otorga la vida eterna).
Salvada del derrumbe y una vez en París, Scarlett recluta un pequeño equipo para descender por las profundidades de la ciudad y así encontrar este mito en forma de roca color bordó. Y si bien las aventuras comienzan recién después de la primera media hora, Así en la Tierra, como en el Infierno no imita los tropiezos de muchos otros found footage. A veces los treinta minutos iniciales (o un poco más) de este subgénero son tan pesados como un trámite en el centro cuando deberían ser una atractiva carta de presentación de los personajes. John Erick Dowdle, el director (y guionista junto con su hermano Drew Dowdle) hace bien en girar el film alrededor de su joven protagonista: es ella la que se anima primero, la que pelea por el resto, la que no hace caso a las leyendas subterráneas. Básicamente es una chica que te puede convencer de meterte en una cueva que no registró vida (al menos no humana) en quinientos años de oscuridad. Ante este entusiasmo magnético, es difícil no ver al resto como acompañantes de manual que solo ayudan a iluminar mejor las escenas con sus linternas.
Al comienzo de las aventuras en el subsuelo, nada se escapa de la zona de seguridad: los protagonistas enseguida se pierden y lo arbitrario acecha en cada intento por inyectar algo de dramatismo. El film se beneficia cuando se arriesga en apartarse de lo que podríamos esperar de una historia encabezada por un grupo de jóvenes encerrados en una red de fosos desolados: por ejemplo, cuando Scarlett y la banda de exploradores escuchan el sonido de un teléfono de línea en uno de los tantos rincones de las catacumbas o en su encuentro con un piano cubierto de mugre pero apoyado de manera perfecta contra una de las paredes del laberinto. Sin embargo, al mismo tiempo, el problema principal de la película surge cuando Dowdle se embriaga de entusiasmo y apuesta en una escala mayor pero ciega. Ahí aparecen las líneas de diálogo explicativas en los momentos más desafortunados y algunas acciones absurdas que entorpecen el terror claustrofóbico.
Es una lástima que el realizador desperdicie algunas figuras que son realmente aterradoras, como un ente con rostro pálido y deformado que se esconde bajo una capucha o un grupo de mujeres que parecen sacadas de The Wicker Man encargadas de hostigar al camarógrafo. Así y todo, esta remake invertida de Rec sobrevive a la torpeza que ataca a cada rato gracias al movimiento continuo de los personajes en busca de las luces de una París apagada y mostrada sin interés turístico. La irónica clave en Así en la Tierra, como en el Infierno se encuentra en una orden que Scarlett repite como si fuese una plegaria hacia un cielo que se encuentra cada vez más lejano: “hay que seguir bajando”.