El tren esotérico
La cantinela se escucha cada tanto: vivimos en una época en la que no se cree en nada. ¿Es así? Lo cierto es que en nuestro presunto mundo secularizado, escéptico y virtual, se cree de todo. ¿No es así como puede explicarse la explotación del terror esotérico en el cine para la población juvenil globalizada? El terror esotérico está de moda y afirma subrepticiamente la existencia de un mundo suprasensible.
La hija de un famoso historiador de inclinaciones esotéricas, arqueóloga y especialista en simbología, decide cumplir el sueño de su padre: encontrar la pidra filosofal. Tras una viaje clandestino en Irán, Scarlett consigue rescatar (y luego descifrar con la ayuda de un amigo que lee arameo) un códice inscripto en una roca en donde se pueden hallar las coordenadas de la ubicación de la famosa piedra idolatrada por los alquimistas. El lugar elegido podría haber sido el Uritorco, pero el destino será europeo: las catacumbas de París.
Guiados por un parisino que conoce muy bien los laberintos secretos de las cuevas subterráneas, Scarlett, su ex, dos ayudantes y el camarógrafo de un documental que sigue a la heroína en todas sus aventuras se toparán paulatinamente con dementes, fantasmas desconocidos y conocidos, cadáveres de templarios, incluso hasta se cruzarán con un coro de mujeres que ensaya música sacra entre las osamentas. El ultramundo no está tan lejos, y el camino al infierno remite bastante a un paseo por un tren fantasma pero en clave real.
John Erick Dowdle, el responsable de la interesante Cuarentena, vuelve aquí a repetir los procedimientos formales de esa buena película, pero además sortea una barrera conceptual que aquella no transgredía: aquí el horror deja de ser solamente físico para devenir metafísico. Es así que el horror físico, propiciado por el ingreso a un cementerio vetusto y asfixiante (relativamente bien transmitido por la cámara semisubjetiva que pretende coincidir con el registro del documental que se está filmando, aunque este punto de vista resulta demasiado caprichoso cuando es el que sostiene la totalidad de la película), es fagocitado por efectos visuales que tienen que dar cuenta de la existencia de espectros y entidades malignas.
La premisa argumental es tan infantil que el mero recuerdo de Harry Potter transforma a la saga del pibe de la varita en un pico hollywoodense de lucidez iniciática acerca del esoterismo gnóstico. Lo único rescatable de Así en la tierra, como en el infierno es la ausencia total de música ambiental y un trabajo sonoro más que interesante, al menos en dos pasajes en los que el miedo, más que asociarse a la vista, se experimenta con los tímpanos.