Ganadora de los premios a Mejor Dirección, Mejor Actriz (Shira Haas) y Mejor Fotografía en el Festival de Tribeca, la recientemente estrenada Asia, escrita y dirigida por Ruthy Pribar, no es una película fácil para cumplir dignamente con su premisa.
Todo relato que aborde un tópico tan delicado como el de acompañar a una persona hasta el día de su muerte puede desbarrancarse en varios niveles. Ni hablar si se trata de una madre sola que nunca abandona a su hija adolescente a la que no le queda mucho tiempo de vida. Más doloroso todavía es que la enfermedad que sufre es de carácter neurológico y se traduce en una degeneración de funciones motrices y cognitivas.
Esta historia puede narrarse utilizando, al menos, un par de géneros muy usuales. Podría ser un melodrama – ¿por qué no? – , pero tendría que ser un melodrama sin excesos, de esos que trabajan desde la contención y el retraimiento. Y, aparte, tendría que evitar el llanto fácil y, en cambio, apuntar hacia una angustia contenida que sí conmueva, pero de otra manera.
La directora israelí Ruthy Pribar ha elegido que sea un drama intimista el molde para este relato. De hecho, el drama no es solamente el de la adolescente, incluso se podría decir que está en segundo plano, sino el que se genera en el vínculo entre madre e hija, que ya de por sí era complejo y ríspido. Ahora, Asia (Alena Yiv) , que es una enfermera dedicada y sacrificada – pero, a la vez, una madre que dista de estar presente cuando se la necesita – se enfrenta a que su propia hija va a tener que recibir todos los cuidados que una madre le puede y tiene que dar. Porque si no la distancia entre ella se va a marcar aún más: no por nada Vika (Shira Hass) se pasa casi todos los días enteros con sus amigos en el parque y atenta contra su propia salud al no respetar qué puede y qué no puede hacer para evitar un pronto deterioro.
Claro que es material para melodrama, pero aún sabiendo que la directora elige el formato del drama intimista, Asia sigue siendo una película difícil de lograr exitosamente. Porque aquí la clave es el tono. Es más, no solo el tono, sino la cohesión del tono general con cada elemento en particular. Si es demasiado distante para evitar el sentimentalismo, no va a funcionar. Si es demasiado cercana y cae en el error asfixiar al espectador con tanto dolor, tampoco.
Es un punto intermedio, el que conmueve pero no descoloca, el que aquí se logra con creces. Narrar desde el dolor es necesario, pero también desde el amor. Debe haber ternura y empatía, pero también agobio y hastío por lucha tanto sabiendo cómo va a terminar todo. Y hasta se pueden colar algunos momentos de goce. Siempre los hay incluso en la peor de las tormentas. Entonces, creo yo, el mejor tono posible es el que resulta de una amalgama sin fisuras. Y eso es exactamente lo que pasa en Asia.
A veces momentos muy breves, casi fugaces, los que más emocionan. Otras veces, en cambio, hay escenas no tan breves que estrujan el alma. Y otras veces, son de pura placidez, de amorosos encuentros entre madre e hija que no podrían ser más reales. Lejos de esquivar lo más difícil de ver, Asia, la película, apuesta a mostrar, y mucho, sin tapujos, pero tampoco sin regodeo. Otra muestra más del equilibrio de la película como un todo.
De las actrices, basta con decir que son extraordinarias. Todos los otros adjetivos que se puedan agregar son innecesarios. Y todo lo innecesario que esta película podría tener está ausente. Acá no hay relleno. Solo vale la esencia.