Pulse Start
En ningún momento de sus casi dos horas de duración Assassin's Creed (2016) está cerca de ser una buena película (la primera escena, que yuxtapone un clan de asesinos encapuchados en la España del siglo XV con música de rock & roll, detalla el pedigrí de la producción mejor que nada), pero de vez en cuando está a punto de ponerse entretenida. Nunca llega a serlo del todo.
La película está dirigida por Justin Kurzel y escrita por Bill Collage, Adam Cooper y Michael Lesslie, sobre la serie de videojuegos de Ubisoft. Cometen el mismo error que tantos otros antes de ellos al encarar la tarea de llevar un videojuego a la pantalla grande: se toman una trama ridícula demasiado en serio.
La serie de juegos trata sobre una histórica lucha entre dos bandos: los Templarios, que intentan someter al mundo bajo control, y los Asesinos, cuya existencia es enteramente reaccionaria a la de sus enemigos. La lucha gira en torno a la búsqueda y uso de artefactos pseudocientíficos en períodos tales como las Cruzadas, el Renacimiento, etc. La parte que a nadie le gusta es que el marco narrativo de los juegos es el presente, y las aventuras históricas técnicamente son sesiones de realidad virtual diseñadas por los Templarios para descubrir la locación de dichos artefactos.
En cuanto a la película, Callum Lynch (Michael Fassbender) es secuestrado por científicos Templarios (liderados por Jeremy Irons y Marion Cotillard) y forzado a revivir las memorias de su antepasado, el Asesino Aguilar, con tal de rastrear el paradero del “Fruto del Edén”. ¿Qué es el Fruto del Edén? “Una reliquia que contiene el código genético del libre albedrío,” explica alguien. Ya. Lo importante es que todos lo quieren y avanza la trama, así que califica como MacGuffin.
La película se divide en un 70/30 por ciento entre el “presente” 2016 y la España de 1492, en la que Aguilar (también interpretado por Michael Fassbender) pelea contra los esbirros de Torquemada. Lynch es enchufado a un brazo mecánico y suspendido en el aire para que pueda copiar libremente los movimientos de su ancestro, los cuales vemos en paralelo a la acción. No es la mejor decisión interrumpir constantemente las escenas históricas con inserciones de Lynch pataleando en el aire, sólo para recordarnos de que estamos viendo un simulacro.
El resto de la película, lamentablemente, se desperdicia en explicar los matices más confusos de su ciencia ficción y rumiar sobre filosofía barata. Es una pena pero también es lo más parecido que hay a una historia, porque el tercio que le corresponde a Aguilar es pura acción: escenas sin contexto en las que lucha contra las fuerzas armadas de la Inquisición y huye con lujo de parkour por los tejados de Andalucía. Formalmente estas secuencias se ven geniales - estamos ante el mismo director de la visualmente atractiva Macbeth (2015) - y no muy distintas a los momentos más espectaculares de los juegos, pero carecen de su fluidez. El montaje ya de por sí es frenético, ¿hace falta quebrar la inmersión alternando entre la memoria en sí y la realidad de Lynch reviviéndola?
Aguilar jamás se constituye como personaje y a efectos de la trama no es más que el avatar de Lynch, que juega un videojuego para entretenimiento del público (tan segregada está la acción del resto de la historia). Aguilar es acompañado por una secuaz femenina (Ariane Labed) que tiene igual de atención de la cámara y con la que comparte la mayoría de sus aventuras, pero ni nombre recibe: un espacio a llenar. Irons y Cotillard dispensan información y nada más. Actores del porte de Brendan Gleeson y Charlotte Rampling interpretan papeles mediocres en escenas insignificantes.
Hay peores adaptaciones de videojuegos, lo cual no es decir mucho. Si tan solo le hubieran seguido al hilo a la ridiculez cómica de los juegos en vez de tomarse todo tan en serio, o si hubieran eliminado el marco narrativo, o si se hubieran concentrado en una de las dos historias. Hay tantas formas en que se podría haber aprovechado el concepto y salvado lo bueno del film, que en definitiva es la coreografía y el diseño de producción. Siempre que parece que Assassin's Creed está por ponerse interesante, Kurzel tira del enchufe y desconecta la consola.