Un film que no alcanza la emoción del videojuego
El truco de esta adaptación de un popular videogame es que permite entrelazar una historia de ciencia ficción moderna bastante cruenta con una serie de aventuras épicas que transcurren en la España de fines del siglo XV. Que estas secuencias sean más atractivas que las contemporáneas, ya es otro asunto. Hace poco el mismo director, Justin Kurzel, hizo una versión de Shakespeare con la misma pareja protagónica de este videojuego convertido en película, Michael Fassbender y Marion Cotillard. Él es un asesino condenado a muerte en Texas, pero que mágicamente aparece en un extraño instituto científico en Madrid regenteado por Marion Cotillard junto a su padre, Jeremy Irons. Ellos buscan una reliquia sagrada que permitiría terminar con la violencia en el mundo, nada menos que el Fruto del Pecado Original, con el que se descifraría todo lo relacionado con el libre albedrío. Como esta búsqueda del Fruto obsesionaba al Inquisidor Torquemada, los científicos inventaron una especie de máquina del tiempo que puede llevar a una persona a experimentar lo que vivió algún antepasado. Y justamente, el asesino que interpreta Fassbender es descendiente del último miembro de una secta que cuidaba la Manzana en la España de 1492, por lo que su regresión permitiría ubicar la reliquia.
Esto, evidentemente, es un poco confuso y tirado de los pelos, pero permite un puñado de escenas de aventuras de acción en lugares como la vieja Andalucía de cinco siglos atrás, con momentos formidables como una vertiginosa fuga por los techos de la ciudad escapando de una quema de brujas ordenada por el mismo Torquemada. La direccion de arte y una serie de tomas aéreas, efectos especiales y escenas de acción de estas cuatro secuencias son lo que justifican una película que, por otro lado, desaprovecha excelentes actores (Jeremy Irons hace de él mismo y Brendan Gleeson tiene una sola escena interesante) y que, sobre todo, pierde ritmo cada vez que va de una época a otra.