Allá va Astroboy
Hace cincuenta años, la imaginación de Osamu Tezuka (inflamada de inspiración asimoviana, sin dudas) parió a un cyber-niño, nacido de la tragedia más dolorosa a la que puede enfrentarse un padre. Tenma, un científico que trabaja para el gobierno, no puede con el dolor de la pérdida de su Toby y lo regenera a través de una tecnología que combina lo más avanzado de la robótica con la inteligencia artificial. Así surge Astro, el robot-niño con (auto)conciencia, creado para aliviar un corazón dolido y destinado a servir a un propósito mayor.
Si bien la historia remite al original en una parte muy pequeña (la muerte de Toby en los cartoons de los ´60 y los ´80 es mucho más prosaica y cruento: un accidente de coche), la omisión de algunas cuestiones que podrían volver al producto no apto para todo público se hace necesaria para que la historia llegue a buen puerto en poco tiempo. Hay una rauda pasada por la historia de Pinocho (otra fuente necesaria de la historia de Tezuka), por los conflictos emocionales de los personajes centrales, y un enfoque mucho más marcado en la acción. Quizá el demérito está más asociado con el formato largometraje, que nunca sentó bien a personajes de animé seriado.
A nivel animación, este filme no ofrece ninguna novedad. A los aportes indiscutibles de la animación japonesa en que se inspira, se suman otros (gráfica de personajes similar a la de Dreamworks, pequeños robots secundarios como los de Pixar o Blue Sky) y si bien a Imagi le queda un largo camino por recorrer en materia de originalidad, está mucho mejor rumbeado que otras empresas aprovechadoras del nicho que generaron las nuevas tecnologías al servicio de la animación.