Ni yankees ni marxistas
En plena guerra fría, un físico argentino hace una descarada declaración en un programa de televisión donde está invitado: no solo afirma que los soviéticos le robaron uno de sus diseños, sino que también está convencido de que el país tiene las condiciones para competir con las superpotencias en la carrera espacial y poner una persona en la luna por primera vez.
Ni su mejor amigo lo toma muy en serio, pero logra una reunión con el gobierno. Los convence de crear un ministerio dedicado al desarrollo aeroespacial, uno con todos los recursos necesarios para continuar su investigación y construir el cohete al que dedicó su corta carrera.
Aunque le ofrecen todo lo que pide, el cargo de ministro lo va a tener otra persona. En un principio lo ve como una ofensa a su ego, pero el tiempo le enseña que no tuvo en cuenta el verdadero significado de esa decisión, mientras va comprobando no tener tanto control sobre el proyecto como le habían prometido.
Astrogauchos de la triple última frontera
Desde el primer plano, Astrogauchos de Matías Szulanski(En Peligro, Recetas para Microondas), destaca por su imagen. Se sostiene a lo largo de todo su metraje con una muy sólida propuesta estética que, aunque reconstruye una época determinada, también se permite licencias al romper con el historicismo.
Hay algo de artificial en esta versión de la década del sesenta donde todo es brillante y prolijo, como a la vanguardia de la época. Esto puede sonar a crítica negativa, sin embargo tiene mucho sentido para representar la pequeña burbuja de clase alta intelectual donde habita un protagonista que realmente se cree entre la élite del mundo.
Dentro de ese círculo semi real se arma una historia dedicada a satirizar la burocracia estatal, ese mundo donde alguien alcanza un cargo no por capacidad sino por tener los contactos correctos. Ver cómo otro se lleva el crédito, aunque no tenga idea de lo que está haciendo, es la pesadilla de este joven brillante pero algo inocente, sin nada de humildad, que se considera el único inteligente pero todo el mundo le saca ventaja o se aprovecha de él sin que logre reaccionar. Es manipulado, denigrado y burlado por todos los que lo rodean, se va hundiendo cada vez más en una pesadilla de burocracia en la que mientras más gente aparece, menos se produce.
La trama de Astrogauchos no necesita de grandes complejidades. Los hechos que cuenta son el marco para desarrollar su humor, con un estilo bastante ácido y sutil que resulta efectivo tanto cuando plantea gags instantáneos como cuando construye situaciones a lo largo de más de una escena, a veces con cierto discurso clasista o misógino que le quita un poco de brillo. Es cierto que no hay nadie realmente bueno en esta historia, pero cuando todos los trabajadores son vagos y todas las mujeres son objetos puestos para lucir bellos y jóvenes frente a cámara, se siente cierto patrón que no alcanza a contrarrestar un par de chistes para el otro lado.
Tampoco cierran del todo algunos anacronismos que parecen más para justificar un discurso que alguna cuestión narrativa, dejando la sensación de que en los cuadros de las oficinas públicas el director imaginaba a otro General pero no le daban las fechas para ponerlo. Eso se sospecha porque no resulta muy coherente plantear un ministerio dedicado al avance científico lleno de empleados en el ´67, época donde estaban más de moda las reducciones de personal público y los bastones largos; esa neutral extranjerización de la estética que suma por un lado, se le va un poco de las manos y acaba restando.