Padres, hijos y novios.
La directora de origen árabe propone, con un costumbrismo moderado, un retrato multigeneracional de una familia que habita en distintos lugares del territorio israelí-palestino.
La dedicatoria a Elia Suleiman en los títulos de cierre de Asuntos de familia no es casual ni caprichosa: la realizadora Maha Haj supo oficiar como diseñadora de escenografías en El tiempo que queda –el último largometraje del gran cineasta palestino– y no resulta difícil imaginar una suerte de padrinazgo artístico. Presentada en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes hace un par de ediciones, la ópera prima de Haj –de origen árabe y nacida en la ciudad de Nazaret– revela muy velozmente el entrenamiento de su creadora en esas lides: los planos equilibrados, casi simétricos, de las habitaciones de la casa de un matrimonio de cierta edad, amuebladas y ornamentadas de manera meticulosa, son elementos del diseño de arte que hacen las veces de metáfora de la rigurosa distancia emocional entre ambos. Esa trampa visual es uno de los caminos sin salida con los que se topa la película, retrato multi generacional de una misma familia; padres, hijos, cuñadas, novias y amistades que habitan en distintos lugares del territorio israelí/palestino, con la notable excepción de un personaje, exiliado en Suecia por decisión propia (y no precisamente por cuestiones políticas).
En Nazaret, la mujer teje y teje sin parar; el hombre, en tanto, navega constantemente en Wikipedia leyendo datos, casos y cosas, en su mayoría triviales. Apenas si se hablan, casi no se miran. Las décadas de la pareja parecen pesarles a ambos hasta el punto de la alienación mutua. En Ramala, Cisjordania, el hijo menor del matrimonio sobrelleva una relación incipiente con una bella joven de costumbres aparentemente conservadoras. “Es muy rigurosa, no hay locura, no hay un ¡guau!”, le dice a su hermana, que ha hecho las veces de casamentera. Embarazada de varios meses, esta última ayuda a su esposo –mecánico de profesión– con la preparación de un fugaz viaje a Haifa para presentarse al casting de una producción cinematográfica estadounidense. Mientras tanto, el tercer hijo del matrimonio espera en Europa la visita de sus padres. Asuntos de familia entrelaza esos relatos individuales, aunque unidos por una misma sangre y por eventos circunstanciales, navegando las aguas del drama ligero y la comedia de tonos pálidos. La estructura y el formato son, nuevamente, deudores del cine de Suleiman, aunque aquí no tengan demasiada cabida la fuerza evocadora de Intervención divina o el genial aguafuerte irónico de la citada El tiempo que queda.
La película de Haj ofrece, sin embargo, varios momentos inspirados: cerca del final, cuando la pareja de no-novios es detenida por soldados israelíes en un típico checkpoint rutero, la directora y guionista acierta con la posibilidad del absurdo controlado; el recuerdo de infancia de una anciana, que nadie parece querer escuchar, termina siendo muy emotivo a pesar de su aparente simpleza. En otras instancias, el tropezón sobre el lugar común atenta contra la posibilidad de la emoción genuina: ¿es posible todavía contar sin sarcasmo una historia en la cual un personaje nunca vio el mar y su mayor impulso vital es precisamente caminar sobre la arena mojada? Condimentada con especias agridulces, Asuntos de familia es un ejemplo acabado de la práctica del costumbrismo moderado, con pocos gritos y más de un silencio como forma de (in)comunicación.