En Hollywood escasean las ideas y, cuando encuentran alguna interesante, empiezan a copiársela (por no decir robársela) sin asco. Así como los estudios vomitaban estrenos simultáneos de películas sobre el rey Arturo, Robin Hood, y pedazos gigantes de roca estrellándose contra la Tierra (léase Armageddon o Impacto Profundo), ahora ha tocado el turno de filmes sobre ataques terroristas a la Casa Blanca o, mejor dicho, clones de Duro de Matar situados en el edificio de más alta jerarquía del gobierno norteamericano. Además del filme de Antoine Fuqua que ahora nos ocupa, pronto tendremos a la vista el estreno de la versión que Roland Emmerich nos tiene reservada sobre el mismo tema.
Odio cuando los filmes prometen pero se desmoronan, y eso es lo que ocurre con Ataque a la Casa Blanca. El primer tercio es realmente excitante, aunque soberanamente improbable - de pronto Washington se encuentra atestado de coreanos, sean diplomáticos, turistas, terroristas o basureros, y toda esta gente tiene el mismo punto de reunión que son los alrededores de la Casa Blanca; ¿donde está la CIA o el FBI cuando se lo necesita? -. Hay un ataque masivo compuesto por fuerzas suicidas procedentes de Corea del Norte, las que se han infiltrado en la capital de los Estados Unidos y proceden a desarmar las defensas de la Casa Blanca. La misión diplomática de Corea del Sur está infestada de agentes de Corea del Norte (¡por Dios!: ¿es que nadie lee los curriculums de la gente cuando los reclutan como agentes secretos? ¿o siquiera chequean si los datos que ponen son ciertos?; especialmente cuando ponen en la hoja de méritos "futuro traidor a la Patria"), los cuales atinan a secuestrar al presidente de los States mientras departen amablemente en el salón oval, a la vez que afuera hay una verdadera guerra campal entre terroristas y agentes del orden. El grupo interno se encierra en el bunker del Presidente, y pronto comienza a torturar autoridades del gobierno para sonsacarles los códigos de seguridad de un programa que desactiva los lanzamientos y hace detonar en sus silos a los misiles nucleares intercontinentales que están desperdigados por toda Norteamérica (insisto: ¿a quién se le ocurriría inventar un software capaz de hacer explotar centenares de bombas atómicas en el patio de tu casa?). Además empiezan a demandar que los yanquis se retiren de Corea del Sur, de manera que los norcoreanos avancen sobre la frontera y pasen a cuchillo a sus odiados enemigos connacionales. Desde ya que todo esto es una cantidad mayúscula y ridícula de demandas - ¿tanto vale la vida del Presidente como para mandar al sacrificio a millones de surcoreanos, y poner en riesgo a todos los Estados Unidos? -, pero aquí deciden darle pelota y acceder a los pedidos. Sí, sí: la próxima vez no pongan a Morgan Freeman a negociar una situación de rehenes.
Mientras que el escenario tiene su cuota importante de tonterías, los problemas más importantes empiezan en el acto II, en donde Ataque a la Casa Blanca empieza a regurgitar textualmente pedazos enteros de Duro de Matar I. El agente renegado oculto en el edificio en ruinas. El traidor que se hace pasar por amigote, y al cual el héroe lo detecta al toque (¿recuerdan el encuentro entre John McClane y Hans Gruber en la azotea?; hay algo similar entre Dylan McDermott y Gerard Butler). El raid aéreo sobre el edificio asediado, el cual puede terminar en una masacre si el héroe no interviene pronto y desactiva las letales medidas de defensa que tienen reservadas los villanos para situaciones como ésta. Caerse por un agujero del techo después que se estrellan varios helicópteros sobre el edificio. Los engaños de los malvados sobre la hora. El intercambio de amenazas radiales entre el bueno y el villano... y un largo etcétera. Ok, la puesta en escena es potable y la acción está bien filmada, pero uno echa de menos un poquito más de originalidad. Para aquellos que hemos visto como diez veces Duro de Matar, es facílisimo anticipar los pasos que va a dar el libreto, y es aún más indignante descubrir que son exactamente los mismos - clonando diálogos y secuencias enteras - sin variarles ni siquiera una coma. Sustituyan al costoso casting por estrellas menos rutilantes y verán cómo todo esto no es más que una típica cinta directa a video, sólo que sobreproducida.
Como héroe, Gerard Butler es bueno, brutal y efectivo, pero carece de la simpatía de Bruce Willis. Como villano, Rick Yune es anónimo. El cast está compuesto de demasiada gente vieja y deforme - como Ashley Judd, y los avejentadísimos Robert Forster y Morgan Freeman, el cual carece de energía y se pasea por el escenario como un sonámbulo -, y la acción es pasable aunque no memorable. Y es que en realidad Ataque a la Casa Blanca es un filme de acción ok pero carente de originalidad. Sirve para pasar el rato pero es excesivamente previsible y carece de alguna vuelta de tuerca que sirva para sacarla de la rutina. Simplemente queda como un pasatiempo tolerable, el cual posee algunos buenos momentos pero que carece de personalidad suficiente como para dejar un impresión mental que sea siquiera fugaz.